El metal y la música clásica comparten más de lo que muchos imaginan. Ambos mundos exigen disciplina, una comprensión profunda de la estructura y un dominio técnico que pocos alcanzan. En las entrañas del metal, donde los riffs rugen y los solos cortan el aire, hay guitarristas que han construido puentes hacia el pasado, hacia esos salones donde resonaban violines y clavicordios. No se trata solo de velocidad o de aporrear cuerdas; es la capacidad de traducir ideas complejas a través de seis cuerdas lo que los conecta con los compositores de siglos atrás.
Piensa en un escenario donde las salas de concierto cambian los atriles por amplificadores Marshall. No es una fantasía descabellada. Algunos nombres del metal ya han coqueteado con escalas barrocas o armonías que recuerdan a las sonatas de antaño. Otros, sin necesidad de alardearlo, tienen las herramientas para sentarse con una partitura de Vivaldi y hacerla sonar con sentido. Aquí exploramos cinco guitarristas que, por su trayectoria y habilidades, podrían cruzar esa línea sin despeinarse.
Yngwie Malmsteen
Si alguien ha vivido con un pie en el metal y otro en la música clásica, ese es Malmsteen. El sueco tomó las ideas de Paganini y Bach, las pasó por un filtro de distorsión y las convirtió en su firma. Escucha “Black Star” o “Far Beyond the Sun”: las escalas diatónicas y los arpegios en cascada no son casualidad. Su obsesión por la guitarra como instrumento solista lo emparenta con los virtuosos del siglo XVIII. Podría tomar una sonata y, sin traicionar su esencia, darle un giro que resonara en un anfiteatro de metaleros.
Jason Becker
Antes de que la esclerosis lateral amiotrófica lo alejara de los escenarios, Becker dejó claro que su mente iba más allá del shred. Su trabajo con Cacophony y piezas como “Air” muestran una sensibilidad que no solo encaja en el metal, sino que dialoga con las texturas de la música de cámara. Imagina a Becker desmenuzando una partita de Bach: su precisión y su manera de construir frases melódicas harían que las notas fluyeran como si siempre hubieran pertenecido a una guitarra eléctrica.
Marty Friedman
El paso de Friedman por Megadeth no lo define del todo. Su manera de abordar los solos, como en “Tornado of Souls”, revela un oído que juega con escalas poco comunes y giros melódicos inesperados. Su tiempo en Japón, explorando sonidos orientales, amplió aún más su paleta. Si le pusieran una pieza de guitarra clásica enfrente, no solo la tocaría; probablemente encontraría formas de entrelazarla con ideas que ni el compositor original habría previsto.
John Petrucci
El cerebro detrás de los paisajes sonoros de Dream Theater tiene un enfoque quirúrgico. Petrucci no solo ejecuta; construye. Sus composiciones, llenas de cambios de tiempo y capas, reflejan una lógica que no estaría fuera de lugar en una sinfonía. Ponle una fuga o un preludio en las manos: su capacidad para desarmar estructuras complejas y volver a ensamblarlas con claridad lo convertiría en un intérprete natural de música clásica, incluso con una Les Paul al hombro.
Paul Gilbert
Gilbert es un torbellino controlado. Desde sus días en Racer X hasta sus proyectos solistas, ha demostrado que la velocidad no es solo un truco de circo; es una herramienta para articular ideas. Sus clinics, donde descompone desde licks de blues hasta frases académicas, muestran que entiende la guitarra como un medio expresivo sin límites. Si le das una suite de Handel, no solo la tocaría con fidelidad; le inyectaría una energía que haría que las butacas vibraran.
Estos cinco nombres no solo dominan el metal; tienen la cabeza y las manos para llevar su oficio a un terreno donde las partituras mandan. La música clásica no sería un desafío, sino una conversación entre épocas, con la guitarra como traductora. El metal, al final, no está tan lejos de las catedrales sonoras del pasado.