El black metal en los 2000 no fue un eco apagado de los incendios y las controversias de los 90, sino un terreno donde las reglas del pasado se torcieron hasta romperse. La década trajo consigo una generación de músicos que no se conformaron con repetir los gritos helados de Noruega o las cintas grabadas en sótanos. En lugar de aferrarse a la fórmula cruda de blast beats y voces rasgadas, estas bandas buscaron caminos que nadie había pisado antes, desde texturas que parecían sacadas de un sueño hasta reflexiones que obligaban a mirar más allá del pentagrama invertido.
No se trata de que el black metal haya perdido su esencia, sino de que encontró maneras de estirarse, de dialogar con otros mundos sonoros y conceptuales. Francia, Estados Unidos, Polonia y Noruega aportaron nombres que, sin traicionar las raíces del género, lo llevaron a lugares donde la oscuridad se mezcla con la introspección, la naturaleza o incluso la accesibilidad. A continuación, exploramos cinco bandas que, entre 2000 y 2009, tomaron el black metal y lo transformaron en algo que seguía siendo reconocible, pero nunca igual.
Deathspell Omega
Cuando Si Monvmentvm Reqvires, Circvmspice llegó en 2004, el black metal dejó de ser solo un grito visceral para convertirse en un rompecabezas de ideas y sonidos. Esta banda francesa no se limitó a tocar rápido o sonar malévola; desarmó las estructuras conocidas y las rehízo con disonancias que desafían el oído y letras que parecen sacadas de un tratado teológico. Su decisión de explorar el satanismo desde un ángulo filosófico, más allá de la provocación barata, marcó una diferencia. No es casualidad que, tras ellos, el género empezara a mirar hacia lo experimental, como si alguien hubiera abierto una puerta que no se podía volver a cerrar.
Wolves in the Throne Room
En 2007, Two Hunters aterrizó como una ráfaga de aire fresco en un género que a veces olía a cerrado. Desde el noroeste de Estados Unidos, Wolves in the Throne Room trajo una visión del black metal que no se regodeaba en iglesias quemadas, sino en bosques húmedos y cielos abiertos. Su manera de tejer capas ambientales con riffs afilados dio vida al llamado “cascadian black metal”, un término que no solo describe un sonido, sino una relación con el entorno. Al limpiar un poco la producción sin suavizar el impacto, mostraron que el género podía ser contemplativo sin perder los dientes.
Behemoth
Behemoth ya tenía historia antes del 2000, pero discos como Demigod (2004) y The Apostasy (2007) los convirtieron en otra cosa. Los polacos tomaron el black metal, lo cruzaron con la precisión del death metal y lo envolvieron en una presentación que no pasaba desapercibida. No fue solo cuestión de sonar más pulidos o de tocar con una ferocidad calculada; también entendieron cómo llevar el género fuera de los círculos subterráneos sin diluirlo. Esa mezcla de ambición y ejecución los puso en un lugar donde el black metal podía llenar escenarios grandes sin sonar fuera de lugar.
Alcest
Con Souvenirs d’un Autre Monde en 2007, Alcest no solo jugó con el black metal, sino que lo desdibujó hasta crear algo nuevo. Neige, el cerebro detrás del proyecto, trajo ecos de su pasado en el género, pero los bañó en shoegaze y post-rock, como si quisiera pintar un amanecer después de una noche eterna. El resultado fue el “blackgaze”, una etiqueta que no existía antes y que desde entonces ha inspirado a decenas de bandas. Alcest demostró que el black metal no tenía que gritar siempre para transmitir algo profundo; a veces, un susurro entre acordes podía cortar igual de hondo.
Enslaved
Enslaved llevaba años en la escena noruega, pero en los 2000, con trabajos como Below the Lights (2003) y Ruun (2006), encontraron un equilibrio entre lo que fueron y lo que podían ser. Su black metal empezó a absorber ideas del metal progresivo y guiños al legado vikingo, sin caer en clichés de espadas y drakkars. Cada canción se sentía como un viaje, con cambios que no sacrificaban la intensidad, sino que la canalizaban de formas inesperadas. Esa evolución los mantuvo relevantes y probó que el género podía crecer sin desprenderse de sus orígenes.
Estas cinco bandas no se limitaron a tocar black metal; lo diseccionaron, lo reconstruyeron y lo soltaron de nuevo al mundo con formas que nadie anticipó. Desde las reflexiones abstractas de Deathspell Omega hasta los paisajes sonoros de Wolves in the Throne Room, pasando por la reinvención melódica de Alcest, cada una aportó una pieza que sigue resonando en lo que el género es hoy. El black metal de los 2000 no fue una sombra del pasado, sino un lienzo donde estas bandas dibujaron el futuro.