El metal tiene una veta especial para quienes no temen sumergirse en lo profundo. Las canciones que pasan los 10 minutos en su versión de estudio no son accidentes ni excesos: son estructuras deliberadas, pensadas para llevar al oyente más allá de lo inmediato. Aquí no hay atajos ni estribillos de paso; estas piezas exigen tiempo y devuelven algo que no se encuentra en formatos breves. Este artículo junta 10 ejemplos grabados en estudio que, desde el primer acorde, se plantan como viajes completos. Nada de versiones en vivo ni improvisaciones posteriores: solo lo que salió del disco original, tal como fue concebido.
1. Iron Maiden – “Rime of the Ancient Mariner” (13:45)
En Powerslave (1984), Steve Harris convierte el poema de Coleridge en un relato de sal y maldición. Los cambios de ritmo —galopes que frenan en seco, pausas que pesan como niebla— sostienen una narrativa que no necesita apurarse. Los solos de Murray y Smith cortan como viento en alta mar. Es una travesía que justifica cada segundo de sus 13 minutos.
2. Dream Theater – “A Change of Seasons” (23:06)
Lanzada en 1995 como un EP independiente, esta canción es un mosaico de vida y muerte tejido con precisión quirúrgica. Mike Portnoy, en una charla para Modern Drummer (1995), dijo que buscaban reflejar el paso de las estaciones humanas. Guitarras que serpentean, teclados que resuenan como campanas y una batería que no da tregua: sus 23 minutos son un mundo propio.
3. Opeth – “Blackwater Park” (12:08)
Del disco homónimo de 2001, este tema es un equilibrio entre lo brutal y lo sereno. Mikael Åkerfeldt pasa de growls que raspan a melodías acústicas que parecen deslizarse sobre agua quieta. La producción de Steven Wilson, según notas de Music for Nations, da claridad a cada capa. Doce minutos que se mueven como un río oscuro.
4. Nightwish – “The Poet and the Pendulum” (13:54)
Parte de Dark Passion Play (2007), esta pieza es un drama en cinco actos escrito por Tuomas Holopainen como un autorretrato, según el libreto del álbum. Orquestaciones grabadas en Abbey Road y la voz de Anette Olzon chocan con los rugidos de Marco Hietala. Sus 13 minutos oscilan entre lo teatral y lo visceral.
5. Symphony X – “The Odyssey” (24:14)
Del álbum de 2002, esta suite recorre la epopeya de Ulises con guitarras de siete cuerdas y teclados que rugen como tormentas. Michael Romeo y Russell Allen construyen un relato que, según el sitio oficial de la banda, sigue los pasos del héroe griego. Veinticuatro minutos que son un océano de sonido.
6. Mastodon – “The Czar” (10:54)
En Crack the Skye (2009), esta canción se parte en cuatro movimientos que narran un viaje cósmico inspirado en Rasputín. Brann Dailor, en Drummer Magazine (2009), habló de su intención de mezclar historia y psicodelia. Los riffs de Hinds y Kelliher se entrelazan como hilos de una telaraña densa. Diez minutos que no aflojan.
7. Between the Buried and Me – “White Moth” (14:20)
De Colors (2007), este corte forma parte de un álbum que fluye sin cortes, pero sus 14 minutos destacan solos. Tommy Rogers alterna alaridos con melodías que se quiebran, mientras Paul Waggoner lanza líneas de guitarra que giran como tornillos. La banda lo describió en su web como una corriente ininterrumpida.
8. Edge of Sanity – “Crimson” (40:00)
Un disco entero en una pista, lanzado en 1996. Dan Swanö creó una ópera de death metal melódico sobre un mundo en colapso, según notas en su Bandcamp. Cuarenta minutos de blast beats, coros que hielan y pasajes que susurran como ruinas. Es una montaña que no todos escalan.
9. Agalloch – “In the Shadow of Our Pale Companion” (14:52)
De The Mantle (2002), esta pista es una caminata lenta por un bosque de folk metal y post-black. John Haughm teje guitarras que crujen como ramas secas con pasajes acústicos que pesan como niebla. Según notas en el Bandcamp de la banda, el álbum buscaba capturar la soledad del invierno. Sus 14 minutos son un lienzo de texturas que no se apresuran.
10. Moonsorrow – “Jumalten aika” (12:44)
Del álbum homónimo de 2016, este tema es un ritual pagano en forma de folk metal finlandés. Ville Sorvali y sus compañeros mezclan coros que resuenan como ecos de montañas con riffs que galopan como un ejército antiguo. La banda explicó en su sitio que cada canción del disco es un homenaje a dioses olvidados. Doce minutos que arden como una hoguera.
Estas canciones no se extienden por vanidad: cada una usa su duración para construir algo que no cabe en menos tiempo. Son discos dentro de discos, pruebas de que el metal puede ser tan paciente como feroz. Escoge una, sube el volumen y deja que el reloj se desvanezca.