En el imponente océano del metal, donde las olas de riff desgarran el silencio y los vientos melódicos elevan espíritus a cumbres etéreas, Tobias Sammet ha capitaneado su navío Avantasia durante un cuarto de siglo con la audacia de un explorador y la visión de un alquimista sonoro. Con “Here Be Dragons”, su décimo capítulo, lanzado el 28 de febrero de 2025 bajo el estandarte de Napalm Records, el trovador alemán no solo traza un nuevo rumbo en su travesía, sino que invita al oyente a adentrarse en un reino donde las sombras del pasado danzan con las llamas de un presente incandescente. Este no es un álbum para diseccionar bajo el frío bisturí de lo cotidiano; es una obra concebida como un todo, un tapiz épico tejido con hilos de acero y terciopelo, que exige ser contemplado desde las alturas de su propia ambición.
Para comprender Here Be Dragons, hay que remontarse a los albores de Avantasia, cuando en 1999 Sammet, aún impregnado del fulgor de Edguy, dio vida a “The Metal Opera”. Aquel debut fue un relámpago en la penumbra del power metal: un lienzo de coros celestiales, duelos vocales entre titanes como Michael Kiske y Andre Matos, y una narrativa que parecía brotar de un grimorio olvidado. Con el tiempo, discos como “The Scarecrow” (2008) y “The Mystery of Time” (2013) elevaron la apuesta, fusionando la grandilocuencia sinfónica con un dramatismo operístico que convirtió a Avantasia en un coloso del género. Sin embargo, tras el introspectivo “A Paranormal Evening With The Moonflower Society” (2022), algunos se preguntaban si el proyecto había alcanzado su cenit, si las velas de su galeón comenzaban a arder más por nostalgia que por conquista. Here Be Dragons responde con un rugido: no es un réquiem, sino un renacimiento.
Desde los primeros compases, el álbum despliega un sonido que es a la vez familiar y desconcertante, como un castillo medieval alzado sobre arenas movedizas. La producción de Sascha Paeth y el masterizado de Michael Rodenberg —aliados eternos de Sammet— son un torbellino de claridad y potencia, donde cada instrumento resuena con la precisión de un martillo sobre el yunque. Las guitarras, afiladas como dagas de obsidiana, cortan el aire con una urgencia que recuerda más al heavy metal clásico que a los galopes épicos del power metal de antaño. Los teclados, otrora heraldos de sinfonías celestiales, se repliegan aquí a un papel más sutil, tejiendo atmósferas que evocan la niebla de un páramo al atardecer. Y en el centro, la voz de Sammet, ese faro inextinguible, alterna entre un grito primal y un lamento cargado de melancolía, como si el peso de sus propias leyendas lo hubiera curtido sin doblegarlo.
Los coros, que en discos como “The Wicked Symphony” (2010) eran ejércitos de ángeles en batalla, se sienten ahora más terrenales, más humanos, como un canto de marineros desafiando la tormenta. Hay un giro hacia el hard rock en la médula de “Here Be Dragons”, una pulsión rítmica que late con la visceralidad de un corazón expuesto. Pero no se equivoquen: esto sigue siendo Avantasia. Las armonías, cargadas de cromatismos y modulaciones inesperadas, mantienen esa esencia teatral que ha sido el sello del proyecto desde su génesis. Es un equilibrio audaz entre lo instintivo y lo calculado, entre el fuego de la espontaneidad y la arquitectura de lo sublime.
La evolución de un visionario
Hablar de “Here Be Dragons” es hablar de la evolución de Tobias Sammet, un hombre que ha navegado las aguas turbulentas del metal con una brújula propia. Si “The Metal Opera” fue su declaración de guerra contra la mediocridad, y “Ghostlights” (2016) su sinfonía cósmica, este nuevo capítulo se siente como un regreso a las raíces, pero con los ojos de quien ha visto el horizonte y regresado cambiado. Donde antes había un joven soñador apilando voces como torres hacia el cielo, ahora hay un narrador maduro que prefiere la fuerza de una sola llama a la pirotecnia desbordada. La inclusión de vocalistas como Geoff Tate, Roy Khan y Adrienne Cowan —cada uno un titán en su propio derecho— no busca replicar los duelos multitudinarios de antaño, sino enriquecer el tapiz con pinceladas de contraste: la gravitas de Tate, la elegancia de Khan, la ferocidad de Cowan.
Este giro no es casualidad. Avantasia ha crecido con su creador, y “Here Be Dragons” refleja una banda que, tras 25 años, ya no necesita probar su valía con alardes de exceso. Hay una confianza serena en su ejecución, una voluntad de explorar sin traicionar su esencia. Sin embargo, esta madurez también despierta preguntas: ¿es esta contención un signo de sabiduría o de fatiga creativa? ¿Es el alejamiento del power metal sinfónico una renovación o una renuncia? La respuesta, como siempre en el arte, yace en los oídos del que escucha.
Como obra integral, Here Be Dragons no se presta a fragmentos ni a juicios aislados. Es una travesía que exige ser navegada de principio a fin, un pergamino sonoro que se desenrolla con la majestuosidad de una saga mitológica. Hay un aire de crepúsculo en sus melodías, como si Sammet hubiera escrito desde la cubierta de un barco que se adentra en mares desconocidos, consciente de que cada nota podría ser un adiós o un nuevo comienzo. La portada de Rodney Matthews, con sus dragones y torres envueltos en bruma, no es solo un adorno: es un reflejo del alma del álbum, un lugar donde lo fantástico y lo terrenal se funden en un crepitar de sombras y luz.
El espíritu “aventurero” que Sammet proclama no es mera retórica. Se siente en la energía cruda que atraviesa la obra, en la manera en que las canciones fluyen como capítulos de un relato mayor, sin pausas para la complacencia. Hay momentos de grandeza épica que recuerdan a los días de “The Metal Opera”, pero también pasajes de introspección que podrían haber nacido en las sesiones de “Moonglow” (2019). Es un álbum que no teme mirar hacia atrás mientras avanza, un puente entre el Avantasia de los coros celestiales y un futuro aún por cartografiar.
Here Be Dragons no es el mejor disco de Avantasia, ni pretende serlo. No tiene la revolución estructural de “The Scarecrow” ni la ambición desmesurada de “The Wicked Symphony”. Pero en su aparente sencillez radica su poder: es un testimonio de la vitalidad de un proyecto que, contra todo pronóstico, sigue desafiando el paso del tiempo. Para los fieles de la primera hora, puede sentirse como un eco lejano de glorias pasadas; para los nuevos exploradores, es una puerta a un universo de metal teatral que aún tiene mucho que decir.