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sábado, octubre 25, 2025
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    Desde el vacío estelar: Steven Wilson desgarró México con su fino progresivo

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    Este 14 de octubre, el Pepsi Center WTC se convirtió en un agujero negro que succionaba almas. Steven Wilson, ese británico que forjó Porcupine Tree en los sótanos de los 90 como un lobo solitario con casetes y sueños de psicodelia densa, regresaba a la CDMX como solista después de siete años de ausencia –aunque su sombra con la banda había rondado en 2022, dejando un eco que aún vibra en los oídos de los fieles. Esta vez, era el The Overview Tour, un pulso de su octavo disco de estudio lanzado en marzo pasado, ese monstruo conceptual de suites épicas que te obliga a mirar la Tierra desde arriba, como si fueras un astronauta con el estómago revuelto por el “efecto overview”.

    Más de dos horas y media minutos que se partieron en un intermedio de quince minutos, pero que fluyeron como sangre en las venas, con un público que era un tapiz negro vivo: alternativos con esa mirada perdida en horizontes internos, metaleros que buscan el pulido en el caos, todos en sombras que se mecían como una marea contenida, ignorando el neón rojo del aviso que cubría el fondo –”absténganse de grabar, por favor”–, un pacto que nadie rompió, salvo algún osado que al principo se quiso avivar pero que fue frenado con un “baja ese celular, pendejo” de la multitud.

    El arranque fue un mazazo que te lanzaba al vacío, Wilson desde su teclado como invocando el cosmos, dedos que arañaban las teclas con la precisión de quien ha remasterizado los catálogos de King Crimson o desenterrado gemas de Opeth para que suenen como si el vinilo aún girara fresco. Las visuales, esas proyecciones que Wilson supervisa con el ojo de un cirujano –colaborando con tipos como Miles Skarin para tejer analógico y digital en un tapiz que no distrae, sino que muerde–, empezaron con espirales estelares que se retorcían como venas de luz, nebulosas que te chupaban el aliento antes de bajar a la Tierra en un zoom brutal: selvas que respiraban verde venenoso, desiertos que crujían bajo un sol implacable, océanos que lamían costas como lenguas saladas.

    Pero el prog de Wilson no se queda en la vista; la crítica al hombre se coló como un veneno lento, humo de chimeneas que ahogaba ciudades enteros, llamas que lamían bosques en loops de furia contenida, ríos que se volvían lodo gris por la mugre industrial, y los polos que se deshacían en chorros lentos, glaciares partiéndose con un chasquido que te llegaba al esternón. Era The Overview entero en la primera mitad, esas suites de veinte minutos –”Objects Outlive Us” y “The Overview”– que se desplegaban como un pulmón mecánico, drones que te envolvían en psicodelia pesada, guitarras que se enredaban en crescendos de metal atmosférico, y un bajo de Nick Beggs que retumbaba como un pulso geológico desde abajo.

    El público se inclinaba como una ola lenta, se entregaba sin reservas –ningún celular alzado, solo ojos que bebían las capas, el audio quirúrgico de Wilson haciendo que cada distorsión se sintiera en las costillas, como si el venue entero fuera un altavoz vivo. Su primera palabra cortó el trance: “Gracias, mexicanos”, y la respuesta fue un murmullo que se hinchaba en aplausos, un lazo que hacía que las nominaciones al Grammy parecieran anécdotas lejanas. Luego, el agradecimiento por el respeto al no grabar –”Gracias por estar aquí de verdad”–, y el intermedio a las 10:05, un corte que dejó el aire espeso, como si el cosmos se hubiera plegado para que respiráramos.

    SET 2

    Regresaron con el pie en el acelerador, el sonido endureciéndose en un rock prog que mordía –riffs que se clavaban como garras, baterías que pateaban con una precisión que te desarmaba, toques pop que se filtraban como veneno dulce en el caos experimental. Las luces mutaron: verdes, rojas, azules, enmarcadas en humo blanco. Wilson, el genio que ha producido desde Jethro Tull hasta Guns N’ Roses con un oído para la fidelidad que roza lo obsesivo, pasaba de guitarra a teclas con una economía que dolía de lo efectiva, pero cada miembro de la banda robaba su pedazo de sombra. En video apareció Ninet Tayeb –esa voz israelí que se une desde 2015 y teje coros que rasgan el velo– para entonar “Pariah”, una hermosa balada a dos voces.

    La segunda mitad fue un recorrido por su cartografía sonora, con guiños a Insurgentes –ese primer disco solista grabado aquí en la CDMX en 2008 (y en otros países como Japón). Habló largo, como si el escenario fuera su diván: de cómo su música nació en la habitación de sus padres en los 80s, con casetes de pop ochentero de su mamá y rock conceptual de su papá, sin snobismos ni barreras, solo magia pura que lo liberó para desafiar fans con discos como The Raven That Refused to Sing. Bromas salían entre rolas, ligeras pero afiladas –”Soy el peor músico en todas mis bandas, pero qué honor tocar con estos cracks”–, presentando a los músicos con los que esa noche compartía escenario. Sorpresas cayeron como regalos envueltos en distorsión: como “Voyage 34 (Phase I)” y “Dislocated Day” de Porcupine Tree reviviendo como un fantasma de los 90s.

    El encore fue un último aliento de alegría, “Ancestral” y “The Raven That Refused to Sing” cerrando con un fade que dolía de lo hermoso, luces azules tenues recortando siluetas mientras Wilson se despedía con un “Muchas gracias, Mexico City”. Más de dos horas y media que se sintieron como un pulso en la inmensidad de universo.

    Fotografías: Cortesía de Ocesa (Liliana Estrada)

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    Braulio Carbajal
    CEO-Editor de Heavy Mextal/ Periodista de economía, pero con alma de metal. "If there's a new way, i'll be the first in line..."/ Contacto: [email protected] o [email protected]/ Facebook: https://www.facebook.com/braulio.carbajalbucio

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