Cuando alguien menciona a Metallica, la mente suele viajar directo a riffs cortantes como navajas, baterías que golpean como martillos en una forja y gritos que resuenan en estadios abarrotados. Es una banda que construyó su legado sobre la velocidad y la furia del thrash, pero reducirlos a eso sería ignorar las grietas de genialidad que atraviesan su discografía. Hay piezas en su repertorio que trascienden el caos, canciones que invitan a detenerse, a escuchar con atención, a desmenuzar capas de sonido y texto. Este artículo no va de himnos para pogos ni de temas que hacen temblar el suelo; aquí se trata de esas composiciones que podrían sonar en una sala con paredes de madera pulida, entre conversaciones pausadas y copas que tintinean.
El metal, como género, no suele asociarse con refinamiento, pero Metallica ha demostrado que puede tejer ideas complejas en su música sin sacrificar su esencia. Las cinco canciones que exploraremos a continuación no son solo ejercicios de técnica o destreza; son ventanas a momentos donde la banda decidió pisar el freno, experimentar con texturas o dejar que el silencio hablara tanto como las notas. Son temas que piden algo más del oyente: tiempo, reflexión, quizás un par de audífonos decentes para captar cada detalle. Acompáñame a desentrañar por qué estas piezas podrían resonar con quienes buscan en la música algo más que adrenalina.
1. “Fade to Black” (Ride the Lightning, 1984)
Arranca con una guitarra acústica que suena como un susurro en medio de la tormenta que es el resto del álbum. No es un tema que te empuja al borde del asiento, sino uno que te sienta frente a un espejo. La letra, escrita por James Hetfield en un momento de pérdida personal —tras el robo del equipo de la banda en una gira—, camina por un sendero oscuro, pero lo hace con una calma que contrasta con los estallidos de velocidad de tracks como “Creeping Death”. La transición al solo de Kirk Hammett no es solo un puente; es un cambio de perspectiva, como si la canción decidiera exhalar después de contener el aliento. Es para quienes prefieren diseccionar emociones en lugar de solo sentirlas.
2. “The Unforgiven” (Metallica, 1991)
Aquí Metallica juega con una narrativa que podría leerse como un guion teatral: un hombre atrapado en una vida de arrepentimiento, moldeado por fuerzas que no controla. El riff inicial, con ese toque de cuerno que parece sacado de una marcha fúnebre, establece un tono que no se rompe ni siquiera cuando la batería de Lars Ulrich entra en escena. La decisión de grabarla con un enfoque más limpio y accesible —a diferencia del sonido crudo de sus discos previos— la hace digerible para quien no suele meterse en las aguas turbulentas del metal. Es una canción que pide ser escuchada con las luces bajas, dejando que las palabras pesen tanto como el sonido.
3. “Nothing Else Matters” (Metallica, 1991)
Probablemente el tema más divisivo entre los puristas del thrash, pero también el que llevó a Metallica a un terreno donde las baladas no eran solo un respiro, sino una declaración. Hetfield escribió esto en una habitación de hotel, pensando en su pareja mientras estaba de gira, y esa intimidad se cuela en cada acorde. La versión con orquesta, grabada años después con la Sinfónica de San Francisco, añade cuerdas que no adornan, sino que dialogan con la guitarra. No es un tema que busca impresionar con acrobacias; su fuerza está en cómo deja que las notas respiren, ideal para quien aprecia cuando la música se toma su tiempo.
4. “Orion” (Master of Puppets, 1986)
Un instrumental que no necesita palabras para contar una historia. Compuesto en gran parte por Cliff Burton, el bajista cuya muerte marcó un antes y un después en la banda, este track es un viaje de casi nueve minutos que mezcla pasajes suaves con erupciones controladas. El bajo de Burton no solo acompaña; lidera, como si trazara constelaciones en el cielo que el título evoca. Es una pieza que recompensa a quienes se sientan a escucharla con paciencia, siguiendo cada cambio de ritmo como si fuera una partitura clásica adaptada al lenguaje del metal. Perfecta para los que ven en el silencio un lienzo.
5. “To Live Is to Die” (…And Justice for All, 1988)
Otro instrumental, otro homenaje a Burton. Este tema toma fragmentos de ideas que el bajista dejó antes de su accidente en 1986 y los convierte en una meditación de diez minutos. Hay un poema breve, recitado por Hetfield, que aparece casi como un susurro entre paredes vacías: “When a man lies, he murders some part of the world”. El resto es una conversación entre guitarras que no compiten, sino que se complementan, construyendo una atmósfera que se siente más cerca de un réquiem que de un asalto sonoro. Es para quienes encuentran belleza en los espacios que la música deja sin llenar.
Estas cinco canciones no son las que suenan en un bar ruidoso ni las que encabezan listas de “lo mejor de Metallica” en una playlist genérica. Son piezas que piden algo del oyente: atención, curiosidad, disposición a mirar más allá del estruendo. En un catálogo lleno de golpes directos al pecho, estas son las que invitan a sentarse, escuchar y pensar. Si el metal tuviera una sala VIP, aquí estaría la lista de entrada.