Iron Maiden no es una banda que tropiece a menudo. Con una carrera que abarca cinco décadas, han construido un catálogo que respira acero y fuego, marcando el rumbo del heavy metal con precisión quirúrgica. Pero incluso los gigantes del metal tienen sus resbalones, y en los años 90, cuando el género peleaba por mantenerse a flote entre el grunge y las corrientes alternativas, Maiden dio pasos que dejaron a fans y crítica rascándose la cabeza. Dos discos, Virtual XI (1998) y The X Factor (1995), emergen como los puntos más flojos de su trayectoria, no por falta de esfuerzo, sino por decisiones que no cuajaron y un contexto que les jugó en contra. Aquí desmenuzamos qué pasó.
Virtual XI: El eco que no reverbera
Lanzado el 23 de marzo de 1998, Virtual XI llegó como el segundo capítulo de la era Blaze Bayley, el vocalista que tomó el micrófono tras la salida de Bruce Dickinson en 1993. La banda apostó por canciones extensas y un tono más introspectivo, pero el resultado fue un disco que se arrastra más de lo que galopa. “The Angel and the Gambler”, con sus casi diez minutos, es el ejemplo perfecto: un teclado insistente y un estribillo que da vueltas sin llegar a ningún lado. No es que falte ambición; es que la ejecución se queda en un loop que cansa al tercer compás.
La producción, a cargo de Nigel Green y Steve Harris, suena como si alguien hubiera olvidado subir el volumen de la chispa. Las guitarras de Dave Murray y Janick Gers, normalmente afiladas como navajas, se pierden en una mezcla que no las deja brillar. Bayley, con su rango más grave, hace lo que puede, pero su voz choca con la expectativa de esos coros épicos que Dickinson clavaba sin despeinarse. Las ventas lo reflejaron: el disco apenas superó las 100,000 copias en su primera semana en mercados clave como Reino Unido y Estados Unidos, según datos de la British Phonographic Industry (BPI) y la Recording Industry Association of America (RIAA), cifras que palidecen frente a los millones de The Number of the Beast. Fue el clavo final para la etapa de Bayley, que cerró con una gira tibia y la sensación de que Maiden había perdido el rumbo.
The X Factor: El experimento que no prendió
Tres años antes, el 2 de octubre de 1995, The X Factor marcó el debut de Bayley y un giro que pocos esperaban. Tras la marcha de Dickinson, la banda decidió explorar un sendero más sombrío, con canciones que coquetean con el progresivo y menos con el galope clásico del Maiden de los 80. “Sign of the Cross”, con sus 11 minutos, arranca con una intro coral que promete grandeza, pero el resto del disco no sostiene ese peso. Temas como “Fortunes of War” o “Blood on the World’s Hands” se enredan en estructuras que no terminan de despegar, como si la banda quisiera probar algo nuevo sin saber cómo aterrizarlo.
La producción, firmada por Steve Harris y Nigel Green, apuesta por una densidad que ahoga más de lo que libera. Las baterías de Nicko McBrain, siempre un motor incansable, suenan contenidas, y las capas de guitarra se apilan sin encontrar un foco claro. Bayley, recién llegado, aporta un tono melancólico que no encaja del todo con el ADN de Maiden, y aunque su esfuerzo es audible, la sombra de Dickinson pesa demasiado. Los fans lo notaron: el álbum debutó en el puesto 8 del UK Albums Chart, pero cayó rápido, y las reseñas de la época, como las archivadas en la base de datos de la Official Charts Company, muestran una recepción dividida. Algunos lo defendieron por su riesgo; la mayoría lo vio como un paso torpe en una década que ya era hostil para el metal.
El trasfondo de los tropiezos
No es casualidad que ambos discos llegaran en los 90, cuando el heavy metal peleaba por relevancia frente al auge del grunge y el rock alternativo. Maiden, que había reinado en los 80 con discos como Powerslave y Seventh Son of a Seventh Son, enfrentó un cambio de guardia con Bayley y un panorama musical que no les hacía favores. The X Factor intentó redefinirlos; Virtual XI trató de volver al ruedo sin recuperar el pulso. Ninguno lo logró del todo.
Eso no significa que sean discos sin mérito. Hay quienes rescatan la atmósfera de The X Factor o la entrega de Bayley en Virtual XI, pero en el gran esquema de Iron Maiden, estos trabajos se sienten como anomalías. Son el recordatorio de que incluso una banda con la precisión de un reloj suizo puede perder el paso cuando el terreno se vuelve incierto. ¿Los has escuchado? Quizás valga la pena darles una vuelta para sacar tus propias conclusiones.