En el vasto océano del metal contemporáneo, donde las corrientes del metalcore, el djent y lo progresivo chocan con la furia de un maremoto, Tsunami Sea emerge como un leviatán sonoro, una obra que no solo sacude los cimientos de lo que Spiritbox había construido hasta ahora, sino que arrastra consigo las expectativas de una generación hambrienta de evolución. Lanzado el 7 de marzo de 2025 bajo el sello Pale Chord y en colaboración con Rise Records, este segundo álbum de la banda canadiense no es un simple sucesor de su debut Eternal Blue (2021), sino una tempestad conceptual que se alza como un faro en la penumbra, iluminando tanto su pasado como el futuro del género.
Con Courtney LaPlante al timón vocal, Mike Stringer tejiendo tormentas en la guitarra, Josh Gilbert sosteniendo el pulso grave del bajo y Zev Rosenberg golpeando las profundidades con su batería, Spiritbox ha soltado las amarras de lo convencional para navegar hacia aguas más oscuras, más densas, más introspectivas.
Desde los confines de Victoria, en la Isla de Vancouver, esta banda comenzó como un susurro en 2016, un eco lejano que pronto se convirtió en rugido con singles como “Holy Roller” (2020), una declaración de intenciones que fusionaba breakdowns atronadores con una atmósfera casi espectral. Aquel primer álbum, Eternal Blue, fue un amanecer glorioso, un lienzo de melancolía y peso que los catapultó a la cima del metalcore moderno, conquistando charts internacionales y el corazón de una audiencia que aún vibra con temas como “Circle With Me” o “Secret Garden”. Pero si aquel debut fue un cielo despejado tras la tormenta de la pandemia que lo retrasó 17 meses, Tsunami Sea es la tormenta misma: un torbellino que no pide permiso para arrasar, un reflejo de una banda que ha aprendido a domar su propio caos.
Imaginemos por un momento el sonido como un mar inquieto. Las olas de Tsunami Sea no son uniformes; se alzan y caen con una imprevisibilidad que desafía la lógica del oleaje. Aquí, el metalcore no es solo un género, sino una bestia viva que respira entre riffs afilados como cuchillas de obsidiana y texturas electrónicas que se deslizan como sombras bajo la superficie. La producción, a cargo de Stringer y Dan Braunstein, con la mezcla de Zakk Cervini y la masterización de Ted Jensen, es un ejercicio de precisión quirúrgica que, sin embargo, abraza lo salvaje. Hay un peso aplastante en las frecuencias bajas, un rugido que recuerda al black metal en su capacidad de evocar lo abismal, pero envuelto en una elegancia melódica que Spiritbox ha perfeccionado desde sus EPs Rotoscope (2022) y The Fear of Fear (2023). Aquellos trabajos, breves pero intensos, fueron como relámpagos que anunciaban la llegada de este diluvio sonoro, mostrando destellos de experimentación que ahora se cristalizan en un todo coherente.
La voz de LaPlante es el faro que guía esta travesía. Si en Eternal Blue su rango ya oscilaba entre susurros etéreos y alaridos viscerales, aquí se transforma en una fuerza elemental: un viento que acaricia y un huracán que destruye. Hay momentos en los que su canto limpio parece flotar sobre las aguas, reminiscente del post-metal más contemplativo, para luego sumergirse en screams que cortan como el hielo negro de un glaciar. Este contraste no es gratuito; es el alma de un álbum que explora la dualidad de la existencia, un tema que la propia vocalista ha vinculado a su crianza en una isla aislada, atrapada entre el deseo de escapar y la nostalgia de regresar. Tsunami Sea no se conforma con ser un disco de metal; es un diario sonoro, una confesión tallada en acordes y reverberaciones.
Musicalmente, el álbum es un crisol donde el metalcore tradicional se funde con elementos que podrían habitar en los dominios del black metal atmosférico o incluso del drum and bass más oscuro.
Los riffs de Stringer son como corrientes submarinas: profundos, técnicos, con esa cadencia djent que Spiritbox ha refinado desde sus inicios, pero ahora impregnados de una densidad que roza lo opresivo. Las capas electrónicas, un eco de las colaboraciones con Jordan Fish (ex-Bring Me the Horizon), no son un adorno, sino un pulso vital que late bajo la piel del disco, otorgándole una modernidad que trasciende las etiquetas. Y sin embargo, no hay caos sin orden: la estructura de Tsunami Sea fluye como una marea, con picos de intensidad que se desvanecen en pasajes introspectivos, invitando al oyente a sumergirse en lugar de simplemente dejarse arrastrar.
Comparado con sus trabajos anteriores, este álbum marca un giro hacia lo conceptual. Si Eternal Blue era una colección de instantáneas emocionales, bellas pero a veces desconectadas, y los EPs posteriores eran experimentos que tanteaban nuevos caminos, Tsunami Sea es una narrativa completa. No se trata de canciones aisladas, sino de un viaje que exige ser recorrido de principio a fin. Hay una madurez en la composición que refleja los años de giras —desde sus primeras presentaciones en 2022 hasta su paso por estadios junto a Korn en 2024— y las nominaciones consecutivas al Grammy por “Jaded” y “Cellar Door”. Spiritbox ya no es la banda emergente que sorprendió al mundo; es un titán que reclama su lugar con autoridad.
Pero no todo es perfección en este océano. La compresión en la producción, aunque efectiva para resaltar la ferocidad, a veces ahoga el rango dinámico, dejando al oyente anhelando un respiro que no siempre llega. Los experimentos más audaces, esos guiños a lo electrónico o lo progresivo, pueden sentirse como islas lejanas que no todos alcanzarán, especialmente aquellos aferrados a la crudeza pura del metalcore de antaño. Y sin embargo, estas imperfecciones son también su fuerza: Tsunami Sea no busca complacer, sino desafiar, provocar, sumergirnos en sus profundidades hasta que aceptemos el ahogo como parte del placer.
¿Qué nos dice esto de Spiritbox? Que son una banda en constante metamorfosis, una entidad que no teme mirar al abismo y devolverle la mirada. Desde sus humildes comienzos en plataformas digitales hasta su actual estatus como abanderados del metal moderno, han tejido una trayectoria que es tan inspiradora como su música. Tsunami Sea no es solo un disco; es una declaración de intenciones, un recordatorio de que el metal, en sus mejores momentos, no es solo ruido, sino un espejo del alma humana. Invita a la reflexión: ¿hasta dónde puede llegar este género cuando una banda como Spiritbox se atreve a romper las cadenas de lo esperado? La respuesta yace en estas aguas turbulentas, esperando a quienes se atrevan a nadar en ellas.