sábado, octubre 11, 2025
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    Sangre en el Circo Volador: Exodus desangra Bonded by Blood en la CDMX (Crónica)

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    En septiembre y lo que va de octubre la escena metalera de México ha sido un torbellino sin fin: Ghost desplegó su velo espectral en el Palacio de los Deportes (con todo y una cancelación), Fleshgod Apocalypse destrozó con coros de ultratumba, Imminence abrió heridas con breakdowns que dejó el pecho expuesto, 1349 trajo el hielo black que paralizó, Cradle of Filth susurró maldiciones góticas, Coven invocó sombras satánicas. Y el Candelabrum Metal Fest, un tumulto de bandas que dejó el suelo marcado con botas y vasos aplastados. Pero eso no es todo, hoy tendremos a Stratovarius con sus solos de power que elevan la adrenalina, el fin de semana viene Poppy para inyectar su glitch excéntrico, mientras que en unas semanas tendremos el Knotfest y a Babymetal. En medio de todo esto el pasado martes el Circo Volador fue el lugar de una embestida: Exodus, los tipos de la Bay Area que desde 1979 fueron el thrash sin filtros, el quinto del Big Four que siempre fue el más crudo.

    El 7 de octubre, el lugar ya bullía a las ocho menos cuarto: thrashers con chalecos cargados de parches deshilachados de giras antiguas, novatos con camisetas impecables oliendo a expectación, y unos cuantos atraídos por el imán de la leyenda. Olía a cerveza tibia, sudor anticipado y ese aroma a demo de los 80 que se metía en la sangre. No fue un concierto, fue un ritual de Bonded by Blood, el debut de 1985 que Baloff escupió en un sótano mugriento como un grito de batalla callejera. Cuarenta años, y Exodus regresó con Rob Dukes al mando –el frontman que se unió en 2005 y estuvo en la banda hasta 2014, pero que este 2025 regresó–, relevando a Zetro (ambas veces). Primera vez en México en más de diez con esa alineación que evocó la Bay Area en su jugo, lista para partir cabezas.

    Speedfreak, los jaliscienses, salieron a las ocho en punto y dieron un golpe directo en el pecho: casi una hora de speed-thrash que aceleró el corazón como un motor sobrecargado. Los vimos hace meses en el The Metal Fest de Guadalajara, y vaya si siguieron evolucionando, puliendo ese sonido que sorbió de los 80 pero lo devolvió con el corte de la calle mexicana. Guitarras zumbando como enjambres furiosos, bajo retumbando en las tripas, batería aporreando sin cuartel. El pit se encendió: cabezas azotando, melenas girando como hélices, cuerpos colisionando en círculos que se expandieron como fuego. No fallaron, calentaron el ambiente hasta el punto de ebullición, dejaron al Circo Volador como un barril listo para explotar, todos bramando por la carnicería principal.

    Las pruebas de sonido fueron un suplicio delicioso: riffs aislados de Holt –el maestro de las cuerdas que también azotó en Slayer– que rasgaron el cerebro, Hunting calibrando dobles que sacudieron las costillas desde 1979, Dukes aclarando la garganta con un growl que brotó como humo negro. El público vibró, puños apretados, ojos fijos en el escenario, barrera tensándose como un cable a punto de romperse. Luces rojas titilaron, el bajo retumbó, y ¡zas! Exodus irrumpió con “Bonded by Blood”: un impacto que estrelló contra la realidad desde el primer acorde.

    Parecieron una jauría renovada, no sombras del pasado: Dukes vomitó “unidos por sangre” con la voz en llamas, el pit detonó en espirales de puños y codos, crowdsurfers surcaron la ola de cuerpos sudados hasta golpear la barrera, donde el security los arrastró y los liberó para que corrieran de nuevo al núcleo y repitieran el ciclo. “Exodus” hizo aullar a la multitud como una sola bestia, “And Then There Were None” hundió dagas con solos de Holt y Altus que se trenzaron como vidrios rotos. “A Lesson in Violence” desató un wall of death que dividió el piso: dos frentes de carne embistiéndose, Dukes rugiendo “¡avancen, vamos!” y el suelo estremeciéndose bajo el peso.

    Encajaron “Deathamphetamine” para no dar respiro, ese groove actual que Dukes afiló con los años, el pit mutando en un torbellino de impactos. “Metal Command” proclamó la invasión, “Blacklist” catalogó traiciones con riffs que inmovilizaron, “Piranha” clavó los dientes con un estribillo que se adhirió como lodo. “No Love” expulsó rencor, “Deliver Us to Evil” convocó el colapso en coros que perforaron el cráneo, “Brain Dead” hipnotizó en un headbang mecánico. “Impaler” remató la estocada, un eco de los orígenes sangrientos de la banda, nacida en el punk-thrash de la Costa Oeste donde Exodus sudó junto a Metallica en antros que apestaron a cerveza y ambición rota.

    Las pausas fueron chispazos de conexión, Dukes plantado al filo del escenario, micrófono en puño, torso reluciente bajo los focos. “¡México, ¿querían más caos?!” tronó, y la réplica fue un estampido de voces roncas. Arengó un mosh más intenso, agradeció con un “¡Gracias por avivar la llama!”, o provocó un wall of death que hizo gemir la estructura. En una de esas grietas, con el set en su pico febril, las guitarras trazaron un ritmo pícaro, emulando el “olé olé olé” que los aficionados mexicanos entonaron en estadios como himnos paganos. La respuesta fue inmediata: el cántico se propagó como un incendio, “¡Olé olé oléééé, Exo-duuus!”, un latido colectivo que fundió a thrashers de todas las épocas en un frenesí compartido, Dukes sonriendo con dientes afilados mientras Holt estiró el riff como un anzuelo.

    El disco se agotó en su furia completa, pero Exodus no aflojó: las notas iniciales de “Raining Blood” –ese riff slayeriano que Holt cinceló en su doble rol con los verdugos– colgaron un instante, helando el aliento, solo para virar al remolino de “The Toxic Waltz”. Fue un baile del inframundo, un giro demencial donde los cuerpos en el pit rotaron en un torbellino de roces violentos, escalones del Circo Volador convertidos en un laberinto de desorden donde el sudor salpicó como lluvia ácida. En ese vórtice, una bengala irrumpió en las alturas, parches humeantes y pupilas dilatadas, mudando el venue en un aquelarre donde el metal extremo se devoró a sí mismo.

    Alrededor de la hora y cuarenta, el velo cayó con “Strike of the Beast”, el remate del debut que Exodus ejecutó como un decreto inexorable: un zarpazo que dejó el piso convulsionando, el pit deshaciéndose en un lodazal de fatiga gozosa. Nadie abandonó indemne; fue un vendaval sónico que arrastró impurezas internas, tensiones urbanas y esa mugre que la rutina acumuló como herrumbre. Los músicos se entretuvieron al borde, Holt repartiendo púas como proyectiles, Hunting soltando baquetas a manos codiciosas, Dukes agradeciendo al público. De fondo, el sistema mantuvo el ritmo con “Walk” de Pantera, ese pisotón texano que martilleó “¡I’m walking!” como un reto al alba que asomó. Las luces brutales se prendieron, exponiendo el terreno devastado –vasos de cerveza, camisetas desgarradas, expresiones de supervivientes–, y entonces, para clavar el sello en el vacío, “Raining Blood” surgió entera de los altavoces. Lo de Exodus fue uno de los mejores conciertos del año.

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    Braulio Carbajal
    CEO-Editor de Heavy Mextal/ Periodista de economía, pero con alma de metal. "If there's a new way, i'll be the first in line..."/ Contacto: [email protected] o [email protected]/ Facebook: https://www.facebook.com/braulio.carbajalbucio

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