Hymns in Dissonance (Whitechapel): La bestia que devora su propia sombra › Heavy Mextal
mar. Mar 25th, 2025
reseña

Hay algo primigenio en el rugido de Whitechapel, una fuerza que trasciende el tiempo y el espacio, como si sus raíces se hundieran en un suelo arcano mucho antes de que Knoxville, Tennessee, les diera un hogar en 2006. Desde los días salvajes de The Somatic Defilement, cuando irrumpieron como heraldos del deathcore con una furia que parecía arrancada de las entrañas de la tierra, hasta los senderos más introspectivos de The Valley y Kin, esta banda ha sido un leviatán en constante metamorfosis. Con Hymns in Dissonance, lanzado el 7 de marzo de 2025 bajo el sello de Metal Blade Records, Whitechapel no solo regresa al abismo que los vio nacer; lo rehace a su imagen y semejanza, forjando un altar de caos y disonancia donde la brutalidad se convierte en un canto sagrado. Este no es un disco para escuchar: es un ritual para soportar.


Imagínate un cielo negro desgarrado por relámpagos, el aire cargado de ceniza y el suelo temblando bajo el peso de una marcha implacable. Así se siente Hymns in Dissonance desde el primer instante, una avalancha sonora que no pide permiso ni ofrece tregua. Las guitarras de Ben Savage, Alex Wade y Zach Householder —una trinidad de titanes que ha sostenido el sonido de la banda desde sus inicios— no tocan: destruyen. Sus riffs son como losas de granito cayendo desde un acantilado, afinados en registros que parecen desafiar las leyes de la física, mientras las armonías disonantes serpentean como alambres de púas en un campo de batalla. Brandon Zackey, el nuevo custodio de la batería tras su ingreso en 2022, golpea con una precisión quirúrgica que roza lo inhumano, sus blastbeats y dobles bombos marcando el pulso de un corazón que late al borde del colapso. Y en el centro de esta tormenta, el bajo de Gabe Crisp retumba como un trueno subterráneo, un cimiento que no solo sostiene, sino que amenaza con derribar todo a su paso.


Pero el verdadero demiurgo de este infierno es Phil Bozeman. Su voz, un instrumento forjado en años de rabia y redención, se alza aquí como un predicador de la ruina. Si en Our Endless War demostró que podía dominar el arte del growl con una intensidad visceral, y en Kin desnudó su alma con melodías que cortaban como vidrio, en Hymns in Dissonance se transforma en algo más: un espectro que canaliza la furia de un culto condenado. La narrativa del álbum —un líder mesiánico que guía a sus seguidores hacia una perdición tejida con los hilos de los siete pecados capitales— cobra vida en cada alarido, cada gutural que rasga el silencio como un cuchillo en la carne. No hay rastro aquí de las melodías limpias que definieron los últimos capítulos de Whitechapel; este es un Bozeman desatado, un lobo que aúlla bajo una luna ensangrentada.


El sonido de Hymns in Dissonance es un tapiz de oscuridad y densidad, una obra que se niega a ser diseccionada en fragmentos. Es un todo indivisible, un río de lava que fluye sin pausas, arrastrando consigo cualquier intento de resistencia. La producción, moldeada por las manos expertas de Householder —quien ya había dado vida a A New Era of Corruption en 2010—, es un equilibrio magistral entre lo crudo y lo refinado. Cada capa sonora está tallada con precisión, pero nunca pierde esa sensación de caos orgánico que ha sido el sello de la banda desde sus días de gloria en la escena MySpace. Los riffs trituran con la ferocidad de un motor industrial, mientras los ocasionales destellos de solos —cortesía de Savage— cortan el aire como rayos en una noche sin estrellas. Hay guiños al blackened death metal en las atmósferas más sombrías, y un eco de grindcore en los ataques más frenéticos, pero todo se funde en una identidad que es inconfundiblemente Whitechapel.


Mirar este disco a través del prisma de su historia es ver a una banda que ha caminado por el filo de la navaja. En los albores de su carrera, con This Is Exile y The Somatic Defilement, eran los profetas de un deathcore que no conocía límites, una fuerza bruta que definía el género en su infancia. Luego vino la madurez: Mark of the Blade mostró destellos de ambición melódica, mientras que The Valley y Kin —quizás sus obras más divisivas— los llevaron a territorios de vulnerabilidad y experimentación, pintando paisajes sonoros que evocaban tanto a Deftones como a Cannibal Corpse. Algunos los acusaron de suavizarse, de traicionar sus orígenes. Hymns in Dissonance es la respuesta a esas voces: un puñetazo en la mesa que dice “somos lo que siempre hemos sido, pero más”. No es una mera vuelta al pasado; es una reinvención de su esencia, destilada a través de casi dos décadas de sangre, sudor y evolución.


¿Y qué es esa esencia? Es el sonido de la desesperación convertida en arma, de la ira transformada en arte. Este disco no busca innovar en el sentido clásico —no hay aquí saltos radicales como los de The Valley— pero no lo necesita. Su poder radica en su pureza, en su negativa a diluirse. Donde otros podrían haber cedido a la tentación de la accesibilidad, Whitechapel abraza la opacidad, construyendo un muro de sonido que es tan intimidante como hipnótico. Las texturas son densas, casi táctiles: puedes sentir el peso de cada acorde, el filo de cada grito, la reverberación de cada golpe en los parches. Es un asalto a los sentidos que te deja exhausto pero extrañamente vivo, como si hubieras sobrevivido a un cataclismo.


Sin embargo, no todo es perfección en este reino de sombras. Hay quienes podrían argumentar que la falta de contrastes —esa ausencia de los pasajes melódicos que dieron profundidad a sus trabajos recientes— hace que el disco se sienta como un monolito implacable pero monótono. Es una crítica válida, pero también una que pierde de vista el propósito: Hymns in Dissonance no quiere ser un paisaje variado; quiere ser un martillo que golpea hasta que algo se quiebre, ya sea el oyente o el mundo mismo. Es un acto de desafío, una declaración de que Whitechapel no necesita adaptarse a las expectativas para seguir siendo relevante.


Reflexionar sobre este álbum es reflexionar sobre el alma del deathcore y del metal extremo en 2025. En un género que a veces se tambalea bajo el peso de su propia repetición, Whitechapel se erige como un coloso que no teme mirar hacia atrás para avanzar. Hymns in Dissonance es un recordatorio de que la brutalidad no necesita justificarse, que el caos puede ser hermoso en su desorden.

Escucharlo es como adentrarse en un bosque en llamas: el calor te envuelve, el humo te ciega, y sin embargo, no puedes apartar la mirada. Cuando el último eco se desvanece, queda una pregunta suspendida en el aire viciado: ¿es este el grito final de una bestia moribunda, o el rugido de una que acaba de despertar? Solo el tiempo lo dirá, pero por ahora, Whitechapel ha reclamado su lugar en el panteón con un disco que no pide adoración, sino sumisión.

By Marco Antonio de Jesús Escobedo Palma

Dir. de SEO de Heavy Mextal/ Periodista con más de 10 años de experiencia, experto en metal y especialista SEO ./ Contacto: [email protected]/ Facebook:https://www.facebook.com/marco.escobedo.52206

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