sábado, octubre 11, 2025
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    Galope en el aguacero: Stratovarius ilumina el Circo Volador

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    La Ciudad de México siempre es impredecible, y este viernes 10 de octubre no fue la excepción con un cielo que descargó agua gran parte del día, calles convertidas en ríos improvisados y el tráfico un enredo de luces traseras y cláxones. En ese contexto, El Cuāuhtli Tour 2025 de Stratovarius, esa ruta que cruzará 15 ciudades mexicanas, llegó con un ligero tropiezo al Circo Volador. Timo Kotipelto, el vocalista que ha dado voz a los agudos más altos del power melódico desde 1994, desembarcó con la garganta resentida por una amigdalitis inesperada. Puebla, el 8 de octubre, se resolvió en un set instrumental, sin forzar su timbre para no agravar el asunto, y Pachuca se pospuso al 24 de octubre para que pudiera recuperarse del todo. En la capital, el aroma a tierra húmeda se mezclaba con el de cervezas frías, y afuera una fila serpenteaba, con fans sacudiéndose el agua de las chamarras para comprar boletos en el último momento. Todos lo sentían en el aire: esta noche tenía que ser el vuelo que enderezara el rumbo.

    Adentro, el calor de la gente empezaba a ganar la batalla contra la humedad cuando alcanzamos los minutos finales de Reckless Reapers, los mexicanos que abrían la velada. Su power fluía con frescura, riffs que invitaban a mover la cabeza y teclas que vibraban, ideal para que los que llegaban del metro La Viga se acomodaran. No eran los cabezas de cartel, pero avivaron el ambiente. El público era un mosaico vivo: veteranos con camisetas desteñidas de Visions y jóvenes que recién descubrían el encanto neoclásico, pero unidos en esa mirada fija hacia el escenario.

    El montaje del escenario incluía nubes de humo que se enroscaban suaves, luces azules tiñéndolo de un azul profundo que traía ecos de los inviernos en Helsinki, donde Timo Tolkki levantó la banda en 1984 con una guitarra y visiones de sinfonías pesadas. La batería de Rolf Pilve se alzaba a la izquierda, un conjunto de parches y metales que relucían como un arsenal preparado para la marcha, y al otro flanco, el teclado de Jens Johansson –el genio sueco que se sumó en 1995 y ha desatado solos que parecen danzar en el aire– esperaba bajo focos rojos que titilaban como estrellas guiñando. Al fondo, el emblema de la águila entrelazada colgaba sobre paños blancos que ondeaban con la brisa de los ventiladores, anunciando un despegue inminente.

    El horario de las 8:30 se dilató en un instante de tensión: la voz del sistema anunció “Timo…”, y el Circo guardó silencio, con el corazón en un puño ante la posibilidad de otro set sin voz. Pero era solo un ajuste a las 8:45 por el tráfico empantanado en lluvia, un intermedio que el sonido del lugar llenó de clásicos para mantener el pulso vivo. Y cuando sonó la hora, envuelto en un riff que no admitía dudas, el escenario cobró vida con los músicos emergiendo paso a paso –el bajo de Lauri Porra resonando desde las profundidades, las guitarras de Matias Kupiainen afinadas para el duelo, Pilve ya marcando un ritmo que se sentía en el pecho. “Speed of Light” abrió el camino, un impulso que te llevaba de un tirón, y en el momento exacto de la voz, Kotipelto surgió: melena al viento, micrófono en mano, un grito claro y elevado que disipó las sombras de la enfermedad. El lugar se encendió, un clamor que cubría el golpeteo de la lluvia afuera, brazos alzados y energía total.

    Las luces tejían su propio relato: azul que evocaba el frescor invernal, pasando a blanco que iluminaba cada gesto con claridad, y rojo que lo envolvía en un pulso cálido, como si el power melódico latiera con vida propia. Tras piezas que ya dejaban sin aliento –”Eagleheart” surcando horizontes amplios, “Stratosphere” extendiéndose en pasajes donde Kotipelto se retiraba un instante para un respiro, la garganta aún reclamando su espacio–, la multitud cedió. “¡Ti-mo! ¡Ti-mo!”, un eco que reverberaba como un pulso compartido, y él respondió con un “Muchas gracias, México” que salió con calidez.

    Las rolas emblemáticas se sucedieron en cadena: “The Kiss of Judas” liberando sombras en notas altas que perforaban el humo, “Distant Skies” desplegando paisajes con teclas de Johansson que caían como gotas de luz. La gente se entregaba en oleadas, soltando frases que flotaban en el aire –”No cabe duda de que suenan impecables”, “Qué manera de tocar”, “Esto es inolvidable”–, todo envuelto en un bullicio que te abrazaba. Y en esos intervalos sin canto, Kotipelto se apartaba con gracia, permitiendo que la banda expandiera el lienzo, pero también para reposar su garganta.

    El matiz más sereno llegó con “Eternity”, un murmullo en la corriente que te anclaba al momento: Kotipelto entonando votos que tocaban fibras suaves, teclas flotando ligeras, y la audiencia uniéndose en un coro que evocaba memorias compartidas, como si la rola hubiera crecido con ellos. Pero el instante que realmente unió todo fue cuando Porra tomó el bajo en solitario: el himno nacional surgió instrumental, con sus cuernos y ritmos que despertaban un orgullo callado, y de pronto todos lo hicimos nuestro –”¡Mexicanos al grito de guerra!” elevándose en un torrente de voces, brazos extendidos como un saludo común, el sentimiento brotando fresco. Se enlazó con “Cielito Lindo”, que arrancó sutil pero se volvió un río de cantos –”Ay, ay, ay, ay” expandiéndose en sonrisas y ojos brillantes, parejas cercanas, un lazo que disolvía distancias y convertía a los finlandeses en parte del paisaje. Ahí, en esa unión, ser mexicano se sentía como un regalo vivo, el power melódico abriendo alas para un ritmo que late en las plazas y las noches.

    Tolkki ya no camina entre ellos, el fundador que encendió la chispa en los 80 con su guitarra dejó el grupo en 2008 y su ausencia se nota como un eco lejano, pero la banda no se detuvo. Sigue adelante con Kupiainen manejando las cuerdas desde 2005, Johansson desgranando maravillas suecas que nadie imita, y Kotipelto guiando como un timón firme. Se percibe en “Survive”, del disco reciente, que resonó después como un eco de resiliencia, voz ascendiendo sin titubeos.

    El encore fue un remate vibrante: La siempre hermosa “Forever”, “Unbreakable” deshaciendo barreras, y el broche de oro con “Hunting High and Low”, prolongada hasta el límite, Kotipelto desafiando desde el frente –”México, ¿pueden elevar la voz más que en España o Italia?”–, y la réplica fue un frente de sonido que enfrió el ambiente, coros que vibraban en el pecho, Johansson construyendo cielos con teclas, Pilve impulsando al umbral.

    La banda se despidió plena, Kotipelto con la voz renovada pese a los momentos de pausa, entregándose por completo al igual que el público que devolvió el gesto en aplausos y cantos. Para muchos (incluyéndome), esto fue equilibrar una cuenta pendiente: un cariño de la juventud con esos casetes que giraban sin parar, que hoy resuena más profundo, como si los años le hubieran añadido matices que antes pasaban desapercibidos. Stratovarius no solo persiste –avanza, y en veladas como esta, nos invita a seguir el paso.

    Gracias a DILEMMA por las facilidades para la cobertura. La gira sigue por varias ciudades del país y no te puedes perder a estas leyendas del power metal.

    Stratovarius anuncia su “Cuauhtli Tour México 2025” — Intense Metal

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    Braulio Carbajal
    CEO-Editor de Heavy Mextal/ Periodista de economía, pero con alma de metal. "If there's a new way, i'll be the first in line..."/ Contacto: [email protected] o [email protected]/ Facebook: https://www.facebook.com/braulio.carbajalbucio

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