Los inicios de los años ochenta fueron muy importantes para el metal, que venía de una década donde se consolidaron bandas como Black Sabbath o Judas Priest. En paralelo, surgía la nueva ola del metal británico.
Mientras tanto, un joven Steve Harris llevaba años intentando crear su propia banda hasta que finalmente reclutó a Adrián Smith y Denis Stratton en las guitarras, a Paul DI’Anno como vocalista y a Clive Burr en la batería. Con esta alineación, junto con el mismo Harris en el bajo, comenzaron a tocar en bares.
A pesar de que algunas discográficas se acercaron con la condición de que cortaran su cabello y lo tiñeran, además de cambiar su vestimenta de mezclilla y cuero, se encontraron con un Steve Harris que tenía una clara idea de lo que quería para su banda.
Finalmente, después de firmar con EMI/Capitol y de tener un productor que no estaba interesado en su sonido, la banda lanzó su álbum debut, al que llamaron Iron Maiden en referencia a un instrumento de tortura.
Desde el comienzo del álbum con “Prowler”, se puede percibir un sonido sucio y punkero con toques de virtuosismo. Las guitarras, cuando es necesario, llevan la misma melodía con gran destreza, el bajo toma más protagonismo de lo habitual, la batería es rápida y contundente, y la voz es desenfadada pero poderosa.
Canciones como “Remember Tomorrow” y el clásico “Phantom of the Opera” demuestran la capacidad del grupo para llevar el metal a un terreno no explorado hasta ese momento. “Transylvania” muestra lo cómoda que está la banda con sus instrumentos y sus habilidades, sin dejar de acelerar el ritmo. Y, por supuesto, “Iron Maiden” se convierte en una canción imprescindible en sus conciertos por una buena razón.
Este disco fue un golpe contundente sobre la mesa, desde su primera versión del icónico Eddie con una mirada terrorífica y desafiante, dejando en claro que Iron Maiden no se iba a mover a ningún lado.
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