El primer disco de metal en alcanzar el éxito mundial › Heavy Mextal
dom. Abr 27th, 2025

Hablar del metal y su salto al reconocimiento planetario es pisar terreno movedizo: el género, por naturaleza, siempre ha sido un puño en alto contra las corrientes dominantes. Sin embargo, hay un momento que nadie puede ignorar, un disco que rompió las reglas de lo que el metal podía ser y llegar a ser. Ese momento llegó en 1991 con el Black Album de Metallica, un trabajo que no solo catapultó a la banda al ojo del huracán comercial, sino que arrastró al metal entero a un escenario global donde nunca antes había pisado con tanta fuerza. Pero ese triunfo tiene un filo cortante: para cruzar esa frontera, Metallica tuvo que pulir las aristas más salvajes de su sonido, dejando atrás el thrash metal que los había parido.

Un arranque con contexto

A finales de los 80, el metal vivía un auge subterráneo feroz. Bandas como Slayer, Megadeth y Anthrax masticaban el thrash con una velocidad y una rabia que resonaban en garajes y clubes sudorosos, pero rara vez traspasaban las barreras del gran público. Metallica, nacida en esa misma escena de Los Ángeles en 1981, había construido su nombre con discos como Kill ‘Em All (1983) y Master of Puppets (1986), obras que definieron un sonido crudo, veloz y técnico. Eran reyes entre los fieles del género, pero fuera de ese círculo, el metal seguía siendo un grito en los márgenes. Todo eso cambió con el Black Album —técnicamente titulado Metallica—, lanzado el 12 de agosto de 1991. Producido por Bob Rock, un tipo conocido por trabajar con nombres más accesibles como Bon Jovi, el disco marcó un giro que pocos esperaban.

¿Por qué este disco y no otro?

La elección del Black Album como el primer éxito mundial del metal no es caprichosa. Hay datos duros que lo sostienen: vendió más de 16 millones de copias solo en Estados Unidos, según la RIAA, y sigue siendo el álbum de metal más vendido de la historia. Pero no se trata solo de números. Antes de 1991, ningún disco del género había logrado colarse en las radios comerciales, los hogares promedio o las listas de éxitos con la fuerza de canciones como “Enter Sandman” o “Nothing Else Matters”. El Paranoid de Black Sabbath (1970) había abierto caminos, sí, y el Back in Black de AC/DC (1980) había puesto al hard rock en el mapa, pero ninguno cruzó la línea del mainstream con la ambición y el alcance del Black Album. Metallica no solo llegó a las masas; llevó el metal consigo, como un trofeo que antes nadie había reclamado.

La clave estuvo en su accesibilidad. Donde discos como Reign in Blood de Slayer (1986) eran un asalto sónico sin tregua, el Black Album bajó las revoluciones, apostó por estructuras más simples y melodías que se pegaban al oído. “Enter Sandman”, con su riff hipnótico y su letra de pesadilla infantil, no era un ataque thrash; era un anzuelo que atrapaba a cualquiera. La balada “Nothing Else Matters” —con James Hetfield cantando sobre vulnerabilidad en vez de furia— terminó de abrir la puerta a un público que nunca había pisado un mosh pit. El resultado: un disco que sonaba en MTV, en estadios y en coches familiares, algo impensable para el metal hasta ese momento.

El costo del salto

Pero ese ascenso tuvo un precio, y los puristas del thrash lo vieron venir desde lejos. Metallica, la banda que había destrozado escenarios con Battery o Whiplash, ahora sonaba más pulida, más digerible. El cambio no fue solo estético; fue una decisión consciente. Bob Rock empujó al grupo a despojarse de la complejidad técnica y la agresividad desbocada que definían sus raíces. Lars Ulrich, baterista y cerebro estratégico de la banda, lo admitió en entrevistas posteriores: querían llegar más lejos, y eso significaba dejar de lado el caos del thrash por algo que el mundo entero pudiera tararear. En una charla con Rolling Stone en 1991, Hetfield dijo: “No queríamos seguir siendo esa banda que toca rápido y fuerte para un puñado de locos”. El Black Album fue el resultado de esa apuesta.

Para muchos fans de la primera hora, fue una traición. El thrash, con su velocidad y su desprecio por las normas, era la esencia de Metallica. Suavizarlo se sintió como un paso hacia el enemigo: el rock comercial, el pop disfrazado de distorsión. Sin embargo, esa movida no solo funcionó; redefinió lo que el metal podía lograr. Bandas posteriores, desde Slipknot hasta Avenged Sevenfold, bebieron de esa fórmula: mantener la potencia, pero abrirse a un público más amplio.

Un legado que pesa

El Black Album no inventó el metal ni lo perfeccionó, pero sí lo sacó de las sombras y lo plantó bajo los reflectores. Fue el primer disco del género en demostrar que podía competir con los gigantes del pop y el rock sin perder su identidad —o al menos, sin perderla del todo—. Su impacto se mide en las giras masivas que siguieron (como el Monsters of Rock de 1991 en Moscú, con 500.000 asistentes) y en cómo el metal empezó a colarse en conversaciones fuera de los círculos underground. No es exagerado decir que sin este disco, el género no habría ganado el terreno cultural que hoy tiene.

By Yussel Barrera

Jefe de información de Heavy Mextal/ Músico semiretirado de la escena under de Iztapalapa; dejé la guitarra para tomar la pluma y trazar historias en lugar de un solo./ Contacto: [email protected]/ Facebook: https://www.facebook.com/tizzn

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