En una cantina polvorienta de Sídney, hace casi medio siglo, cinco tipos con jeans gastados y camisetas sudadas enchufaron sus guitarras y dejaron caer un trueno que aún resuena. AC/DC no solo construyó un sonido, sino una forma de entender el rock: directo, sin adornos, como un motor que no para de rugir. Los himnos que todos corean —“Thunderstruck”, “Back in Black”— son apenas la punta de un iceberg que esconde toneladas de material crudo y magnético. Y aunque el público suele quedarse con los estribillos más radiados, hay piezas en su discografía que piden a gritos salir del rincón.
No se trata de desenterrar rarezas por postureo ni de fingir que los éxitos no valen la pena. Esto es un recorrido por cinco cortes que, sin trepar a los charts ni sonar en cada bar de carretera, tienen suficiente chispa para recordarnos por qué AC/DC sigue siendo una máquina imparable. Cada una trae algo distinto: un giro en el ritmo, una letra que te pilla desprevenido o un riff que se te pega al cerebro como el olor a gasolina. Vamos a bajar al sótano del catálogo y sacarlas a la luz.
1. “Sink the Pink” (Fly on the Wall, 1985)
Arranca con un zumbido de guitarra que parece un taladro atravesando metal. Grabada en una época en que la banda navegaba aguas turbulentas tras el boom de los setenta, este tema es un puñetazo de tres minutos que no pide permiso. Brian Johnson suelta versos como si estuviera gritando órdenes en un taller, mientras Angus Young teje un riff que no te suelta. No tuvo el reflector de otros cortes del disco, pero su energía desbocada hace que valga cada segundo. Es el tipo de canción que pondrías para arrancar una noche que no planeas recordar.
2. “Riff Raff” (Powerage, 1978)
Si Powerage es el disco que los puristas de AC/DC guardan en un altar, esta pista es el sermón que todos deberían escuchar. Bon Scott suena como un predicador callejero pasado de whisky, y el ritmo te arrastra como una pelea en un callejón. La guitarra de Angus aquí no solo toca, sino que muerde, y la batería de Phil Rudd golpea con la precisión de un martillo neumático. No es un single obvio ni un gancho radial, pero captura ese filo peligroso de la banda en su mejor momento. Escucharla es entender por qué 1978 fue un año clave para el quinteto.
3. “Gone Shootin’” (Powerage, 1978)
Aquí el paso se frena, pero no por eso pierde fuerza. La historia de una mujer que se pierde en sus demonios —inspirada, dicen, en la pareja de Bon Scott— se desliza sobre un groove que respira y una guitarra que punza sin apuro. Es un cambio de marcha en un disco que suele ir a fondo, y esa pausa le da un peso especial. No busca llenar estadios, sino contarte algo en voz baja mientras el amplificador sigue caliente. Por eso se queda en la memoria: no grita, pero no la olvidas.
4. “Inject the Venom” (For Those About to Rock, 1981)
El álbum del cañonazo titular dejó varias piezas en la penumbra, y esta es una de ellas. Entra con un riff que serpentea como cable pelado, y Johnson escupe las líneas con un tono que mezcla burla y amenaza. Los coros te enganchan aunque no quieras, y el solo de Angus corta como navaja. No tuvo el empujón comercial de otros temas del disco, pero representa ese balance entre la furia de los setenta y el pulso más pulido de los ochenta. Es un recordatorio de que AC/DC sabía jugar con el veneno sin perder el control.
5. “Night of the Long Knives” (For Those About to Rock, 1981)
El título evoca una traición histórica, y la música no se queda atrás: un riff que acecha y un ambiente que te pone los nervios en punta. No es la típica estampida de AC/DC, sino un trote tenso que te mantiene esperando el golpe. La voz de Johnson suena como si estuviera relatando un crimen en la penumbra, y las guitarras tejen una red que no te suelta. Quedó opacada por los pesos pesados del álbum, pero su atmósfera distinta la hace un corte que pide más vueltas en el tocadiscos.
Estas cinco no llenan titulares ni encabezan listas en Spotify, pero son combustible puro del legado de AC/DC. Powerage y For Those About to Rock las custodian como secretos bien guardados, mientras Fly on the Wall les da un barniz más sucio y ochentero. Si las pones a rodar, no solo oyes a la banda: sientes el sudor, el cableado chispeante y el eco de una era donde el rock se hacía con las manos sucias. ¿Listo para darles una chance? El amplificador está encendido.