Fotografías: Yussel Barrera
El pasado 23 de marzo, la Ciudad de México vibró bajo el peso de un evento que, para los amantes del metal, fue mucho más que un simple concierto: fue una ceremonia, un ritual de velocidad, precisión y caos controlado. El Foro 28, ese recinto que ha visto desfilar a tantas bandas de culto, se convirtió en el epicentro de una noche donde el thrash metal técnico de los suizos de Coroner demostró por qué se les considera una de las agrupaciones más revolucionarias en la historia del género.
A ellos se les ha llamado “los Rush del thrash metal”, un apodo que no solo resalta su virtuosismo, sino también su capacidad para llevar el género a terrenos progresivos, complejos y, a veces, inesperadamente melódicos.
La espera y el preámbulo: Death Scythe calienta motores
La cita estaba pactada para las 8 de la noche, pero cualquiera que haya asistido a un concierto en la Ciudad de México sabe que la puntualidad es un lujo raro. A las 7:30, las puertas del Foro 28 seguían cerradas, y la fila de metaleros —con camisetas negras de Coroner, Celtic Frost, Voivod, entre muchas otras, como estandartes— ya serpenteaba por la calle. Algunos fumaban, otros compartían cervezas tibias compradas en la tiendita de la esquina, y todos especulaban sobre el setlist que nos esperaba. La impaciencia crecía, pero también la expectativa: sabíamos que el retraso sería un pequeño precio a pagar por lo que venía.

A las 8:30, media hora después de lo prometido, las puertas finalmente se abrieron, y el Foro 28 comenzó a llenarse lentamente. Los primeros en tomar el escenario fueron los yucatecos de Death Scythe, una banda de death metal melódico que llegó con hambre de conquista. Desde el primer segundo dejaron claro que no estaban ahí para ser un simple telonero. Cinco músicos sobre el escenario, aprovechando cada rincón, cada respiro, mientras el recinto, aún a un tercio de su capacidad, empezaba a calentarse. El vocalista, con una mezcla de emoción y adrenalina, se dirigió al público tras la primera canción: “Es un honor estar por primera vez en la Ciudad de México, y la siguiente va dedicada a todos ustedes”. No había forma de no sentir su entusiasmo genuino, y lo que siguió fue una masacre sonora de 30 minutos. Riffs vertiginosos, baterías implacables y growls que resonaban como un eco de las profundidades. Death Scythe no solo calentó el ambiente; dejó el listón alto y preparó el terreno para lo que sería una noche inolvidable.

Coroner: los arquitectos del caos técnico
Pero el verdadero motivo de nuestra peregrinación era Coroner, esa banda nacida en Zúrich en 1985 que comenzó como roadies de los legendarios Celtic Frost antes de forjar su propio camino. Formados inicialmente por Markus Edelmann (batería), Tommy Vetterli (guitarra) y Ron Broder (bajo y voz), su demo Death Cult de 1986 —con Tom G. Warrior de Celtic Frost en las vocales— ya dejaba entrever que no serían una banda de thrash común y corriente. Con su álbum debut, R.I.P. (1987), y los posteriores Punishment for Decadence (1988), No More Color (1989), Mental Vortex (1991) y Grin (1993), Coroner redefinió las reglas del juego. Su sonido evolucionó de un thrash crudo con tintes neoclásicos a una amalgama de precisión quirúrgica, cambios de tiempo imposibles y atmósferas que rozaban lo industrial y lo progresivo. No en vano se les compara con Rush: como los canadienses, Coroner tomó un género visceral y lo elevó a una forma de arte cerebral sin sacrificar su ferocidad.

A las 9:30 en punto, el Foro 28 —ahora a más de la mitad de su capacidad— se sumió en una penumbra expectante. De pronto, un zumbido inquietante llenó el aire, y las primeras notas de “Golden Cashmere Sleeper, Part 1” estallaron como un disparo. El público, que había estado conteniendo la respiración, explotó en un rugido colectivo. Desde ese instante, Coroner nos arrastró a un torbellino de técnica y agresividad. Tommy Vetterli, con su guitarra como un arma de doble filo, desató arpegios intrincados y riffs que cortaban como navajas, mientras Ron Broder, con su bajo pulsante y su voz rasposa, comandaba el caos con una autoridad casi militar. Diego Rapacchietti, el baterista que reemplazó a Edelmann en 2014, demostró ser un digno heredero del trono, martillando patrones rítmicos que desafiaban cualquier lógica convencional.

El moshpit no tardó en formarse, a pesar de esa molesta plataforma central que divide el Foro 28 y que siempre parece estar en el peor lugar posible. “Internal Conflicts” llegó como un mazazo, con su mezcla de velocidad y disonancia, y el público respondió con empujones, gritos y cuernos al aire. Había algo hipnótico en la forma en que Coroner balanceaba elegancia y brutalidad; cada canción era un deleite sónico, un manjar para los oídos que no perdía su filo. “Serpent Moves” trajo un respiro momentáneo con su atmósfera serpenteante, pero pronto “Divine Step (Conspectu Mortis)” nos devolvió al frenesí, con esos cambios de tiempo que son marca registrada de la banda. Es fascinante pensar que este tema, de su álbum Mental Vortex, fue grabado en 1991 con el productor Tom Morris, quien muchos creyeron que catapultaría a Coroner al estrellato masivo. No pasó, pero su legado sigue intacto.

Un festín de clásicos y sorpresas
El setlist fue un recorrido por su discografía que dejó a todos boquiabiertos. “Sacrificial Lamb” y “Semtex Revolution” mostraron la faceta más cruda de No More Color, mientras que “Tunnel of Pain” y “Status: Still Thinking” —esta última acompañada de un solo de batería de Rapacchietti que arrancó aplausos ensordecedores— reafirmaron por qué Coroner es considerado un pilar del thrash técnico. “Metamorphosis” trajo consigo esa vibra industrial de Grin, un álbum que en su momento dividió a los fans por su giro hacia lo experimental, pero que hoy se aprecia como una obra adelantada a su tiempo. Y cuando sonaron los primeros acordes de “Masked Jackal”, un clásico de Punishment for Decadence, el Foro 28 se convirtió en un campo de batalla: cuerpos chocando, sudor volando, y una energía que solo una banda como esta puede desatar.

Broder, con su carisma parco pero efectivo, se dirigió al público: “Hola México, ¿cómo están? ¿Muy bien?”. La respuesta fue un rugido ensordecedor. “Grin (Nails Hurt)” cerró el set principal con su atmósfera densa y sus riffs hipnóticos, dejando al público exhausto pero hambriento de más. Apenas unos segundos después, ante los gritos de “¡Otra, otra!”, Coroner regresó al escenario. Y lo hicieron con una sorpresa que nadie vio venir: un cover de “Purple Haze” de Jimi Hendrix. Si la versión original es un viaje psicodélico cargado de actitud, la interpretación de Coroner la transformó en una bestia de testosterona pura, con Vetterli desatando un solo que habría hecho sonreír al mismísimo Hendrix. Le siguieron “Reborn Through Hate” y “Die by My Hand”, dos clásicos implacables que sellaron la noche.

Cuando las luces se encendieron, el Foro 28 estaba hecho un desastre: vasos de cerveza aplastados, camisetas empapadas y rostros exhaustos pero felices. Esa noche, mientras Shakira llenaba un estadio y la Selección Mexicana peleaba por un trofeo, nosotros, los devotos del metal, encontramos nuestra propia redención en el thrash técnico de Coroner. Una banda que, a pesar de no haber alcanzado el éxito comercial masivo en su apogeo, sigue siendo un faro para quienes valoran la creatividad y la destreza en un género que a menudo se queda en la superficie. Con un nuevo álbum en el horizonte —han estado prometiéndolo desde hace años—, esta visita a México fue una prueba de que su fuego sigue ardiendo. Y nosotros, los que estuvimos ahí, sabemos que no hay nada como presenciar a “los Rush del thrash metal” en carne y hueso.
