My Dying Bride ha sido una institución en el mundo del death/doom metal, y su último álbum, “A Mortal Binding”, no es una excepción. La banda británica, con su mezcla característica de poder y melancolía, nos sumerge en un abismo de emociones a través de este decimocuarto trabajo de estudio.
Desde el primer acorde de “Her Dominion”, queda claro que estamos en terreno familiar. Las guitarras de Andrew Craighan y Neil Blanchett tejen una red de oscuridad y desesperación, mientras que la voz de Aaron Stainthorpe se alza como un lamento ancestral. La producción, a cargo de Mark Mynett, captura cada matiz y matices de esta sinfonía sombría.
El sencillo principal, “Thornwyck Hymn”, es un himno a la angustia. Inspirado por el pueblo de Thornwick en Yorkshire, la canción nos arrastra hacia las profundidades del mar salado. Las palabras de Stainthorpe resuenan: “Woe betide anyone who fares into the briny sea, or even steels to close to its edge for they may never set foot back on mother earth.” La oscuridad y la belleza se entrelazan en esta oda a la fatalidad.
En “The Apocalyptist”, la banda se adentra en territorio épico. Con más de once minutos de duración, esta epopeya musical nos lleva a través de paisajes desolados y visiones apocalípticas. Los teclados de Shaun Macgowan y los violines añaden una dimensión celestial, mientras que la batería de Dan Mullins marca el ritmo de nuestra inevitable marcha hacia el fin.
El cierre, “Crushed Embers”, es una elegía ardiente. Las guitarras arden como brasas moribundas, y la voz de Stainthorpe se eleva en un grito desgarrador. Es un recordatorio de nuestra propia mortalidad, una reflexión sobre las cenizas que dejamos atrás.
“A Mortal Binding” es un viaje emocional a través de la oscuridad y la belleza. My Dying Bride ha creado un álbum que se aferra a tus entrañas y no te suelta. Si eres amante del metal con una inclinación por lo melancólico, este álbum es imprescindible en tu colección.