En una noche estrellada en la Ciudad de México, el Auditorio Nacional se convirtió en el epicentro de un fenómeno musical que trascendería generaciones. Las escaleras del coloso de Reforma se encontraban abarrotadas de almas ansiosas, una mezcla ecléctica de adultos y jóvenes, todos unidos por la devoción a una banda de culto: Los Ángeles del Infierno.
La atmósfera estaba impregnada de un aire de rebelión, con playeras de rock urbano ondeando como estandartes de una fraternidad que fusiona el metal con el rock de barrio, un fenómeno similar al que se vive con Mago de Oz.
El concierto inició con una explosión de energía, una animación en las pantallas proclamaba “Todos somos Ángeles”, dando inicio al recital con la canción homónima. La banda desató una avalancha de éxitos, con el cantante intercambiando pocas palabras, pero muchas emociones con el público que coreaba cada verso.
A pesar de ligeros problemas de audio que fueron rápidamente solucionados, la noche fluyó sin contratiempos. En un momento mágico, bailarinas adornaron el escenario, añadiendo un toque de gracia al poderío del rock.
La leyenda del rock mexicano, Alex Lora, irrumpió en el escenario en dos ocasiones, desbordando energía y arrancando ovaciones del público. Pero fue la interpretación del clásico de José Alfredo Jiménez, “El Rey”, la que unió a todos los presentes en una sola voz, cantando a todo pulmón.
El setlist fue un viaje a través de la historia de la banda, desde “Sombras en la oscuridad” hasta “666”, con bailarinas y mariachi, mostrando la versatilidad y el alcance de Los Ángeles del Infierno. La noche culminó con “Hijos de América”, con Alex Lora una vez más compartiendo escenario, cerrando un concierto que quedará grabado en la memoria colectiva como la noche en que los Ángeles del Infierno conquistaron el Auditorio Nacional.