Fotografías: Johanna Malcher
El metal progresivo tiene un carácter dual: una sofisticación meticulosa que, en el momento menos esperado, se desgarra en brutalidad. En ese filo entre la perfección y la catarsis habita Leprous, la banda noruega que la noche del 6 de marzo regresó a la Ciudad de México para ofrecer un concierto que no fue solo una interpretación en vivo, sino una experiencia sensorial.
A las 8:10 p.m., el Auditorio BB se oscureció. Un mar de luces blancas, rojas y azules se desplegó en el escenario, anunciando la llegada de los seis músicos. Einar Solberg, vocalista y alma creativa del grupo, emergió al frente con su habitual presencia imponente. La banda arrancó con Silently Walking Alone, una de las piezas más recientes de su álbum “Melodies of Atonement” (2024). Aunque el disco ha generado debate entre los seguidores por su sonido más melódico, en vivo cualquier duda se disipó: la interpretación fue impecable, y la energía del público, inmediata.

Un sonido sin fisuras
El Auditorio BB es un recinto que privilegia la claridad sonora, y eso jugó a favor de Leprous. Cada nota se percibía con una fidelidad cristalina. No había estridencia, no había saturación: solo la ejecución impecable de una banda que entiende su arte con precisión quirúrgica.
Desde los primeros minutos, quedó claro que el público mexicano es un devoto de Leprous. La banda había visitado el país apenas en 2023 pasado, e incluso Einar Solberg regresó en solitario a mediados del año pasado. Sin embargo, eso no mermó la asistencia: el recinto se llenó de cientos de seguidores que, entre camisetas de metal y atuendos formales de oficina, confirmaban el curioso fenómeno de la agrupación. Leprous es una banda “elegante”, pero nunca pierde su espíritu visceral.

Tras la segunda canción, Einar dirigió su primera interacción con el público.
—”¿Cómo están, disfrutan?”
El coro de voces fue inmediato: “¡SÍIIIIIIII!”
—”Yo también”— respondió con una sonrisa, antes de dar paso a Illuminate, uno de los temas más hipnóticos de la noche.
Delicadeza y agresividad en perfecto balance
La dinámica del concierto osciló entre momentos de sutileza extrema y estallidos de energía desbordante. Einar Solberg es un maestro en el arte de la interpretación vocal: sus registros limpios son etéreos, casi angelicales, pero cuando decide rasgar su voz, la atmósfera se carga de una agresividad controlada. Su presencia escénica es hipnótica. A diferencia de otros vocalistas que se mantienen en una posición estática, Einar recorre todo el escenario con intensidad. Se le ve inmerso en cada nota, en cada cambio de dinámica, conduciendo al público por un viaje emocional.

Cuando llegó el momento de elegir entre Passing y Forced Entry, la banda decidió someter la decisión al público. Los gritos se dividieron, pero Einar no quedó satisfecho:
—”¡No se oye claro! ¡Quiero una pelea campal para decidir!”— bromeó, provocando risas entre los asistentes. Al final, la vencedora fue Passing, un tema que en vivo adquiere una fuerza casi ritualística.
Un viaje emocional: del susurro al grito
Leprous no se limita a exhibir virtuosismo técnico. Su mayor fortaleza es la capacidad de manipular la emoción de su audiencia. Hay momentos en que la música se torna etérea, casi espectral, y otros en los que la batería de Baard Kolstad irrumpe con una ferocidad que remite a los pasajes más extremos del metal progresivo.
Uno de los instantes más sobrecogedores ocurrió con Faceless, canción en la que la banda invitó a 170 fans de todo el mundo a grabar coros en la versión de estudio. Para esta noche, Leprous quiso llevar la experiencia más allá: subieron a una decena de fans al escenario para que interpretaran los coros en vivo. El resultado fue un clímax estremecedor. La frase “Never gone alone” se extendió como un eco en el recinto, hasta fundirse en el silencio.

Pero Leprous no se conforma con lo etéreo. La segunda mitad del setlist vino cargada de dinamismo, con piezas como Castaway Angels, From the Flame y Slave, en las que la banda mostró su faceta más feroz. Las luces rojas cubrían el escenario como si una tormenta eléctrica se hubiera desatado en su interior.
El final se acercaba, pero la noche aún guardaba sorpresas.
Un encore apoteósico
Ante la insistencia del público, Leprous regresó para el encore con Atonement, el tema que da nombre a su más reciente álbum. La ejecución fue impecable, pero la verdadera despedida llegó con The Sky Is Red, un cierre que encapsuló la esencia de la banda: intensidad, progresión y dramatismo absoluto.
El escenario se bañó en un rojo profundo. La batería de Baard Kolstad retumbó como un trueno, las guitarras alcanzaron su punto máximo de agresividad, los teclados tejieron una atmósfera casi cinematográfica y Einar Solberg se entregó por completo, como si estuviera poseído por los demonios del progresivo.

El público estalló en ovaciones. “¡Leprous! ¡Leprous! ¡Leprous!”
Antes de irse, la banda se reunió al frente del escenario. Einar sonrió, extendió los brazos y pronunció las últimas palabras de la noche:
—”Muchas gracias, gente”.
Y el Auditorio BB, conmovido y eufórico, respondió con una última muestra de devoción:
“Olé, olé, olé, Leprous, Leprous”.
La música se apagó, pero el eco de la noche perduró. Leprous lo había hecho de nuevo: un concierto que no fue solo una presentación, sino una ceremonia sonora en la que la elegancia y la brutalidad se fundieron en una obra maestra.
