La magia de Diary of Dreams en México › Heavy Mextal
lun. Mar 17th, 2025

Fotografías: Johanna Malcher

La espera, más que una simple anticipación, se sentía como una antesala al abismo. El Foro Veintiocho se llenaba de siluetas que se perfilaban bajo luces tenues, almas dispuestas a adentrarse en las profundidades sonoras que sólo un ícono como Diary of Dreams podía ofrecer. El regreso de Adrian Hates y su oscura creación al país significaba más que un simple espectáculo; era una celebración de 30 años de un viaje musical que ha marcado a generaciones de fieles seguidores. El regreso a México de una de las bandas más representativas del darkwave alemán, prometía no solo un recital, sino una experiencia trascendental.

La noche arrancó de manera solemne con la espera marcada por el retumbar lejano de los beats, mientras los seguidores de Hates se mezclaban entre las sombras, tejiendo una atmósfera que iba de lo místico a lo visceral. Entre susurros de excitación, se podía oír cómo los más acérrimos fanáticos ya recitaban las letras de Viva la Bestia, una de las canciones más esperadas, pero también más simbólicas del setlist. El DJ local, Lawrence Casal, fue el primero en tocar el pulso del público, un preludio elegante de lo que estaba por venir, donde el remix oscuro de “Goodbye Horses” se deslizaba entre los ecos del lugar como un llamado a la reflexión antes de la tormenta.

Pero todo se detuvo a las 10 p.m., cuando el escenario se tiñó de neón, y la primera oscuridad se convirtió en un rugido. Las luces se apagaron y el sonido envolvió de inmediato a todos los presentes en un abrazo que, por momentos, resultaba tan tenso como liberador. Adrian Hates y su banda hicieron su entrada con una precisión quirúrgica: cada miembro parecía haber sido modelado por las mismas sombras que caracterizan sus composiciones. Los seguidores no tardaron en perderse en un océano de emociones, entregándose con cada palabra, con cada grito, con cada acorde de guitarra rasgado.

El inicio fue electrificante, con la presencia imponente de “Viva la Bestia” marcando el tono, una pieza que derramaba toda la crudeza de una década llena de oscuridad y desesperanza. Los problemas técnicos que hicieron que el sonido se distorsionara brevemente se disiparon rápidamente, pero fueron momentos suficientes para que la audiencia, como un solo cuerpo, uniera sus voces en una plegaria que elevaba a la banda al estatus de culto.

Lo que siguió fue un despliegue de emociones intensas y controladas. Hates, con su voz baja pero firme, fue capaz de trasladar a todos los presentes a un lugar intemporal, fuera de las fronteras físicas del Foro Veintiocho. “Esta es una de las canciones más personales para mí”, dijo antes de arrancar con “The Secret”, un tema que encapsula a la perfección la dualidad del alma humana: la lucha entre la luz y la sombra, un viaje hacia el núcleo de la mente, hacia lo desconocido.

Los beats electrónicos comenzaban a ser los protagonistas de una noche marcada por la explosión de Sinferno y Amok, dos temas que demostraban la evolución de la banda, pero al mismo tiempo mantenían la esencia de ese sonido oscuro y envolvente que ha cautivado a sus seguidores durante años. La maquinaria electrónica se sentía viva, casi como un ente autónomo, que pulsaba al ritmo de un mundo que sólo Adrian y su banda parecían entender completamente.

Cuando las primeras notas de “She and Her Darkness” atravesaron el aire, la sala se sumió en un silencio reverente. Los cientos de voces que acompañaron al unísono la canción con una pasión desbordante recordaron lo que significa ser parte de una hermandad musical, un rito que sólo los más fervientes pueden comprender. El clímax llegó con “Endless Nights”, una pieza que trascendió los límites de lo emocional: un canto colectivo que se convirtió en una declaración de amor y sacrificio por la música.

El tiempo se desvaneció en un juego de luces y sombras mientras las canciones se sucedían, marcando momentos que permanecen en la memoria de quienes fueron parte de esa experiencia única. A medida que la noche avanzaba, las canciones se volvían más profundas, más personales. La narrativa de The “Fatalist” y “The Curse” parecía mezclar la desesperación con la belleza del abandono, el dolor se transformaba en una liberación colectiva. Para ese entonces, Hates había hecho suya la audiencia, y la audiencia le había entregado lo más valioso: su alma.

El encore fue inevitable, un regreso al escenario que se convirtió en un himno para los amantes de lo oscuro. “Kindrom” resonó como un llamado de resistencia, de supervivencia. Los fanáticos, los lunáticos, como Hates los había llamado, respondieron en masa, un eco de almas rebeldes unidas por una pasión insondable.

Una vez más, Diary of Dreams había logrado lo imposible: hacer que un mar de sombras y de luces se fusionara en una danza interminable. En esta celebración de 30 años, Adrian Hates no solo había reafirmado su estatus de leyenda del darkwave, sino que había logrado transformar el Foro Veintiocho en un templo de catarsis musical.

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