El compositor de música clásica más metalero de la historia › Heavy Mextal
mié. Abr 30th, 2025

Imagina un escenario donde la niebla se arrastra sobre un campo de batalla, el trueno retumba como un bombo doble y un tipo con melena despeinada suelta un alarido mientras aporrea un piano como si fuera una guitarra eléctrica. Ahora, borra el amplificador y ponle una peluca del siglo XIX: estamos hablando de Richard Wagner, el compositor clásico que, sin saberlo, plantó las semillas de lo que hoy conocemos como metal.

No es una exageración ni un capricho de fanático; hay razones de peso, desde su sonido hasta su actitud, que lo convierten en el candidato perfecto para este título. Vamos a desmenuzar por qué este alemán, nacido en 1813, podría haber encajado en un cartel junto a Slayer o Bathory sin despeinarse.

Primero, el contexto. El metal no es solo ruido y caos; es narrativa cruda, emociones que te golpean el pecho y una obsesión por lo épico. Wagner vivía para eso. Sus óperas, como El anillo del Nibelungo —un ciclo de cuatro piezas que dura unas 15 horas—, no son música de fondo para tomar té. Son historias de dioses, traiciones y espadas, con una intensidad que te clava en la silla. Escucha el arranque de La cabalgata de las valquirias: esos metales rugiendo y los timbales marcando el paso no están lejos de un riff que podría haber firmado Tony Iommi. No es casualidad que el director de orquesta Christopher Lee —sí, el mismo Saruman de El señor de los anillos— grabara discos de metal sinfónico inspirados en Wagner en sus últimos años (Charlemagne: By the Sword and the Cross, 2010).

Luego está el sonido. Wagner no se conformaba con melodías suaves ni con resolver acordes como mandaba la tradición. En Tristán e Isolda (estrenada en 1865), soltó un acorde —el famoso “acorde de Tristán”— que básicamente le dio un portazo a las reglas de la armonía de su época. Es tenso, disonante, y te deja colgando como si el tema se negara a aterrizar. Si eso no suena a proto-metal, piensa en cómo bandas como Emperor o Burzum han jugado con disonancias para construir atmósferas que te arrastran al abismo. El musicólogo Alex Ross, en su libro The Rest Is Noise (2007), señala cómo este acorde marcó un antes y un después, abriendo la puerta a experimentos que siglos después resonarían en géneros más pesados.

Pero no es solo cuestión de notas. Wagner tenía una mentalidad que encaja con el ethos del metal: era un outsider, un tipo que desafiaba a la autoridad y vivía al límite. Se metió en líos políticos —apoyó la revolución de 1848 en Dresde y tuvo que huir al exilio— y su vida personal era un culebrón de deudas, affaires y obsesiones. Escribía libretos y música él solo, controlando cada detalle como un productor de black metal grabando en un sótano. Su idea de los leitmotivs —melodías que se repiten como un gancho para personajes o conceptos— no está tan lejos de los estribillos que te taladran el cerebro en un tema de Judas Priest.

Y luego está la prueba directa: los metaleros lo reivindican. Varg Vikernes, mente detrás de Burzum, ha hablado de Wagner como una influencia clave, no solo por el sonido, sino por esa conexión con la mitología nórdica que tanto obsesiona al black metal (entrevista en Lords of Chaos, Michael Moynihan y Didrik Søderlind, 1998). Incluso bandas más mainstream como Manowar, con su fijación por lo épico, le deben algo a esa grandiosidad wagneriana, aunque sea a través de un filtro de cuero y tachas. El propio Lars Ulrich de Metallica, en una charla para Classic FM (2016), admitió que la teatralidad de Wagner le voló la cabeza cuando era joven.

Claro, hay otros nombres en la conversación. Beethoven, con su furia sorda y sus sinfonías como mazazos, podría pelear por el puesto; la Quinta o la Novena tienen momentos que podrían sonar en un festival como Wacken sin desentonar. Paganini, con su virtuosismo endiablado y su fama de haber vendido el alma, también tiene su caso. Pero Wagner gana por consistencia: su obra entera respira esa energía desbocada, esa mezcla de drama y potencia que el metal tomó y llevó al extremo. No es que fuera “mejor” o “peor” —términos que aquí no pintan nada—, sino que su ADN musical y personal encaja como anillo al dedo con el género.

Así que, si alguna vez te preguntan quién pondría banda sonora a un Valhalla en llamas, la respuesta está clara. Richard Wagner no solo compuso óperas; sin quererlo, escribió el manual para que, siglos después, el metal tuviera un eco que sigue retumbando. ¿El compositor más metalero de la historia? Ponte Siegfried a todo volumen y juzga tú mismo.

By Yussel Barrera

Jefe de información de Heavy Mextal/ Músico semiretirado de la escena under de Iztapalapa; dejé la guitarra para tomar la pluma y trazar historias en lugar de un solo./ Contacto: [email protected]/ Facebook: https://www.facebook.com/tizzn

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