En un sótano húmedo de Birmingham, Inglaterra, a finales de los sesenta, cuatro jóvenes ensayaban notas que no encajaban del todo con el espíritu flower power que dominaba las radios. El rock había mutado varias veces en esa década, del twist al ácido, pero lo que salía de esos amplificadores tenía otro peso, otra intención. Era 1968, y el mundo no lo sabía aún, pero el metal estaba a punto de encontrar su forma primigenia. Entre el ruido de fábricas y el gris de una ciudad industrial, Black Sabbath comenzó a trazar un camino que no solo definirá un género, sino que lo llevará de tugurios locales a estadios repletos.
No se trató de un accidente ni de una ocurrencia pasajera. El contexto jugó su parte: la posguerra había dejado a Inglaterra con un sabor a ceniza, y el blues, que tanto inspiró al rock, ya no alcanzaba para narrar el desencanto. Black Sabbath tomó esos cimientos y los retorció hacia algo más crudo, más visceral, un sonido que parecía surgir del subsuelo mismo. Cuando el 13 de febrero de 1970 salió a la luz su álbum debut, titulado como la banda misma, el planeta escuchó por primera vez una declaración que no pedía permiso: el metal había llegado, y ellos eran los mensajeros.
Por qué Black Sabbath se lleva el título
Para entender por qué Black Sabbath se alza como la primera gran banda de metal, hay que desmenuzar qué los separa de quienes vinieron antes. Bandas como Led Zeppelin o Deep Purple ya coqueteaban con riffs potentes y baterías que golpeaban el pecho, pero su raíz seguía anclada en el blues rock o el hard rock. Jimmy Page podía desatar tormentas con su guitarra, y Jon Lord hacía temblar auditorios con su órgano, pero ninguno cruzó del todo la línea hacia un terreno que rompiera con el pasado. Black Sabbath no solo la cruzó, sino que la borró.
El debut de 1970 no fue un experimento aislado. Tony Iommi, con sus dedos mutilados por un accidente en una fábrica, encontró en las afinaciones bajas una manera de seguir tocando, y de paso creó un sonido que retumbaba como maquinaria oxidada. Geezer Butler, con su bajo, escribió letras que no hablaban de amor ni de viajes cósmicos, sino de sombras, guerra y miedos que acechan en la noche. Ozzy Osbourne, con su voz que oscilaba entre lamento y grito, puso cara a esa mezcla. Y Bill Ward, tras los tambores, marcó un ritmo que no invitaba a bailar, sino a sentir el suelo temblar. Juntos, construyeron algo que no se parecía a nada en las listas de éxitos.
El salto con Paranoid y la consolidación
Si el primer disco plantó la semilla, Paranoid, lanzado apenas siete meses después, en septiembre de 1970, la hizo estallar. Temas como “War Pigs” o “Iron Man” no solo mostraron que el sonido tenía piernas para caminar, sino que podía correr y llenar espacios masivos. Las ventas acompañaron: el álbum trepó alto en las listas británicas y americanas, algo impensable para una banda que meses antes tocaba en bares de mala muerte. Ese éxito comercial, junto con una influencia que pronto se dejó ver en grupos de todo el mundo, los convirtió en un nombre que trascendía el underground.
Otros podrían reclamar el podio. Blue Cheer, con su Vincebus Eruptum de 1968, ya había jugado con distorsión y volumen, pero les faltó la profundidad temática y la consistencia para liderar un movimiento. Black Sabbath no solo trajo un sonido; trajo una identidad. Cada acorde parecía responder al hastío de una generación que ya no creía en utopías. Por eso, cuando se busca al primer titán del metal, el dedo apunta a Birmingham, a 1970, a cuatro tipos que sin saberlo estaban escribiendo el capítulo uno de una historia que aún no termina.
Un legado que no necesita adornos
Decir que Black Sabbath inventó el metal sería injusto con los pasos previos, pero afirmar que lo moldearon en algo reconocible y masivo es un hecho que resiste cualquier escrutinio. Su fórmula no era solo ruido: era una narrativa, un reflejo de su tiempo que encontró eco en millones. Mientras otros exploraban, ellos definieron. Por eso, en el relato del metal, su nombre aparece primero, no como un mito, sino como una certeza grabada en vinilo.