El metal gótico no tiene coronas oficiales ni ceremonias de entronización, pero si alguien ha sabido reclamar el trono con pura presencia y consistencia, esa es Cristina Scabbia. Desde finales de los 90, cuando Lacuna Coil irrumpió desde Milán con un sonido que mezclaba melancolía sombría y riffs afilados, Cristina se plantó como la voz que no solo definía a su banda, sino que abría caminos para un género que entonces buscaba su lugar en el mapa. No es una figura de pedestal por casualidad: su trayectoria con Lacuna Coil, su habilidad para navegar entre lo crudo y lo etéreo, y su papel como faro para una generación de bandas la convierten en el eje de esta escena.
El metal gótico, con raíces en el doom y el death de los 80, tomó forma sólida en los 90 gracias a nombres como Paradise Lost o Theatre of Tragedy. Pero mientras esos pioneros sentaban bases, Lacuna Coil —y Cristina al frente— lo llevaron más allá de los clubes subterráneos europeos. Con el EP homónimo de 1998 y el debut In a Reverie (1999), la banda empezó a tejer un sonido que no se limitaba a la fórmula de contrastes vocales. Cristina no era solo la “voz bonita” frente a los growls de Andrea Ferro; su entrega tenía peso, una textura que podía cortar el aire o envolverlo en niebla, según el tema lo pidiera. Escucha “Heaven’s a Lie” de Comalies (2002) y lo entenderás: no hay postureo, solo una intensidad que pega directo.

Los números respaldan su alcance. Comalies, lanzado por Century Media, vendió más de 500 mil copias mundiales, un hito para una banda de metal gótico en una era dominada por el nu-metal y el thrash revival [fuente: Century Media Records, datos de ventas oficiales]. Ese disco no solo puso a Lacuna Coil en el radar de Estados Unidos —donde giraron con pesos pesados como Type O Negative—, sino que consolidó a Cristina como un nombre que trasciende lo local. Su voz no es un truco de estudio: en vivo, desde Ozzfest 2006 hasta los shows íntimos de 2023, sigue siendo un motor que no necesita filtros.
Pero no se trata solo de discos vendidos o giras agotadas. Cristina Scabbia cambió el juego al mostrar que el metal gótico podía salir del nicho sin perder su esencia. Mientras otras bandas se quedaban en la penumbra de lo underground o se diluían en experimentos, Lacuna Coil apostó por melodías que enganchan sin traicionar las raíces oscuras del género. Temas como “Our Truth” o “Swamped” son prueba de eso: directos, con ganchos que se clavan, pero siempre anclados en esa atmósfera densa que define al gótico. Y en el centro, Cristina, con un rango que va de lo vulnerable a lo feroz sin despeinarse.
No hay que ignorar su influencia fuera del escenario. En una escena donde las mujeres a menudo eran relegadas a roles decorativos, ella se mantuvo firme como co-líder de la banda, escribiendo letras y moldeando la dirección artística junto a Ferro y Marco Coti Zelati. Revistas como Revolver la han destacado por años, no como un gimmick, sino como alguien que entiende el metal desde adentro [fuente: entrevistas en Revolver, edición de octubre 2016]. Habla con cualquier fan de Lacuna Coil y te dirán lo mismo: Cristina no es solo la cara, es el pulso.
A sus 52 años, sigue al frente. Black Anima (2019) y los singles recientes como “Never Dawn” (2023) muestran que no está aquí para vivir de rentas. Lacuna Coil no se estanca, y ella menos. Frente a nombres como Tarja Turunen o Liv Kristine —titanes por derecho propio—, Cristina se distingue por su constancia y por haber llevado el metal gótico a un público que otros no alcanzaron. No necesita capas de sinfonías ni dramatismos operísticos; su fuerza está en la claridad, en esa conexión visceral que no se explica con palabras grandilocuentes.
El metal gótico no tiene una sola reina, pero si hay que elegir a alguien que lo ha vivido, moldeado y llevado al mundo, Cristina Scabbia está en la cima. No por decreto, sino porque los hechos hablan: ella es el latido que sigue marcando el ritmo.