El heavy metal, nacido a finales de los sesenta y consolidado en los setenta con bandas como Black Sabbath y Judas Priest, trasciende los riffs y las letras cargadas de rebeldía para infiltrarse en aspectos inesperados de la cultura popular. Uno de ellos es su vínculo con la comida, una conexión que va más allá de las pizzas grasientas en los camerinos o las cervezas derramadas en los conciertos. Desde nombres de bandas inspirados en recetas hasta discos que giran en torno a banquetes ficticios, la gastronomía ha encontrado un lugar peculiar en el imaginario del género. Este artículo explora cómo el metal, con su ethos de exceso y desafío, dialoga con el mundo culinario, un terreno que a primera vista parece ajeno a sus códigos, pero que revela una relación simbiótica llena de matices.
Un punto de partida es el caso de Cannibal Corpse, banda de death metal cuyos títulos y portadas —como Butchered at Birth (1991)— evocan imágenes de carnicería que podrían pertenecer tanto a un matadero como a una cocina macabra. Canciones como “Meat Hook Sodomy” no solo buscan provocar, sino que juegan con la idea de la carne como materia prima, desdibujando la línea entre lo grotesco y lo cotidiano. Esta fascinación por lo visceral tiene eco en la subcultura del metal extremo, donde los fans han creado recetas ficticias inspiradas en las letras, como el “estofado de vísceras” que circula en foros desde hace años, una mezcla de humor negro y creatividad culinaria.
En otro registro, el power metal ofrece ejemplos más festivos. Rhapsody of Fire, con su saga narrativa The Emerald Sword, incluye en Symphony of Enchanted Lands (1998) referencias a festines medievales que podrían salir de un recetario fantástico. La banda italiana no solo canta sobre batallas épicas, sino que ambienta sus historias con banquetes de hidromiel y carnes asadas, un guiño a la tradición oral donde la comida era el eje de la comunidad. Este enfoque resuena con eventos como el festival Wacken Open Air, donde desde 2005 se sirve el “Wacken Firefighters’ Chili”, un guiso picante preparado por bomberos locales que se ha convertido en parte del ritual anual del metal.
El thrash metal también aporta su ingrediente. Slayer, conocidos por su ferocidad sónica, lanzó en 2016 una colaboración con Jägermeister para crear “Slayer Reign in Blood Red”, un vino tinto de edición limitada inspirado en su álbum de 1986. Aunque el nombre juega con la imaginería sangrienta de la banda, la bebida —un cabernet sauvignon californiano— buscaba atraer a coleccionistas y curiosos, mostrando cómo el metal puede transformar un producto sofisticado en algo subversivo. El proyecto, que agotó sus 500 botellas en horas, ilustra cómo las bandas usan la comida y la bebida como extensión de su identidad.
La escena black metal noruega, por su parte, lleva el vínculo a un terreno más oscuro. En 1993, Varg Vikernes de Burzum afirmó en entrevistas haber cocinado guisos con carne de animales sacrificados ritualmente, una práctica que, aunque cuestionable en su veracidad, alimentó el mito de la banda. Más allá de la anécdota, esta conexión con lo primitivo resalta cómo el metal explora la comida no solo como sustento, sino como acto de transgresión. En contraste, bandas modernas como Alestorm han optado por un enfoque lúdico: su disco Curse of the Crystal Coconut (2020) incluye un tema sobre ron y piratas, acompañado de una receta oficial de “grog” en su sitio web, invitando a los fans a mezclar su propio brebaje mientras escuchan.
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