Los años 90 llegaron como un torbellino para el metal. Mientras el mundo veía cómo el grunge y los sonidos alternativos tomaban el centro del escenario, en España el género no solo resistía, sino que encontraba formas de reinventarse. Lejos de ser un eco de tendencias extranjeras, las bandas españolas de esa década construyeron un espacio propio, tejiendo propuestas que iban desde lo visceral hasta lo narrativo, pasando por fusiones inesperadas. En un país donde el rock había sido históricamente un vehículo de expresión, el metal de los 90 se convirtió en un terreno fértil para quienes querían romper moldes sin pedir permiso.
No fue tarea fácil. La industria musical local, dominada por el pop y las baladas, apenas dejaba resquicios para amplificadores al rojo vivo y baterías implacables. Sin embargo, entre los márgenes de ese panorama, emergieron grupos que no solo sobrevivieron al cambio de guardia global, sino que lograron que el metal español hablara con voz propia. Este artículo explora siete bandas que, por distintos caminos, transformaron el género en España durante esos años: unas por su capacidad de llegar a multitudes, otras por su insistencia en explorar lo inusual, y todas por su manera de desafiar lo que se esperaba de ellas. Aquí va el recorrido.
Mägo de Oz
Cuando Mägo de Oz lanzó La Leyenda de la Mancha en 1998, no solo estaban grabando un disco; estaban armando un universo. Este grupo madrileño, nacido a finales de los 80, tomó el heavy metal y lo cruzó con violines celtas y relatos que parecían sacados de un juglar medieval. En los 90, mientras otros se aferraban a fórmulas clásicas, ellos abrieron una puerta hacia la teatralidad y las historias largas, algo que resonó más allá de España, especialmente en América Latina. Su apuesta no era solo musical, sino cultural: demostraron que el metal podía ser un lienzo para narrativas complejas y conectar con públicos que buscaban algo más que riffs.
Saratoga
Saratoga apareció en 1992, en un Madrid que aún vibraba con los ecos de la Movida, pero ellos miraron hacia otro lado. Con discos como Tributo (1996) y Vientos de Guerra (1999), se plantaron firmes en el terreno del heavy metal melódico, construyendo canciones que equilibraban potencia y emociones crudas. Lo suyo no era innovar por el puro afán de sorprender, sino perfeccionar un estilo que podía sostenerse frente a los gigantes europeos. Su constancia, incluso ante cambios de formación, los convirtió en un pilar que mantuvo vivo el metal en una década de transiciones.
Ktulu
En Barcelona, Ktulu tomó el thrash metal y lo llevó a un rincón más oscuro. Su trabajo en los 90, con Confrontación (1997) como estandarte, mezclaba la agresividad de Slayer con texturas industriales que no eran comunes en el panorama español. No buscaban llenar estadios, sino excavar en los bordes del género, ofreciendo algo que el público underground agradeció. Su enfoque los posicionó como una voz que no se doblegaba ante lo comercial, sino que lo retaba con cada acorde.
Lujuria
Desde Segovia, Lujuria irrumpió en 1993 con una propuesta que no se tomaba demasiado en serio a sí misma, pero que sí entendía el poder del metal como liberación. Cuentos para Mayores (1995) llegó cargado de letras directas y un humor que cortaba como navaja, algo que los separó del tono solemne de muchos contemporáneos. Su manera de subirse al escenario y hablar sin filtros les dio un lugar entre quienes veían el género como un espacio para la irreverencia. No cambiaron las reglas, pero sí las estiraron.
Ankhara
Ankhara entró tarde a la partida, con Dueño del Tiempo en 1999, pero su impacto fue inmediato. Este quinteto madrileño apostó por el power metal en un momento en que el estilo parecía dominio exclusivo de bandas alemanas o escandinavas. Con melodías que galopaban y una voz como la de Pacho Brea al frente, trajeron un aire fresco que mostraba que el metal español podía mirar hacia afuera sin perder su raíz. Su debut cerró la década con una promesa de lo que vendría después.
Barón Rojo
Aunque Barón Rojo ya era un nombre grande desde los 80, los 90 los vieron adaptarse y mantener su relevancia. Discos como Desafío (1992) reflejaron su capacidad para navegar los cambios de la industria sin renunciar a su esencia hard rock y heavy metal. Fueron un puente entre generaciones, recordándole a los nuevos oyentes que el metal español tenía historia y peso. Su presencia en esa década no fue tanto una revolución sonora, sino una lección de resistencia.
Avalanch
Avalanch, desde Asturias, empezó a despuntar en los 90 con La Llama Eterna (1997), un disco que los llevó del heavy clásico a un terreno más progresivo y melódico. Su manera de tejer canciones largas y estructuradas los acercó al power metal europeo, pero con un acento propio que los diferenciaba. En un momento en que el género buscaba renovarse, ellos ofrecieron una visión que miraba tanto al pasado como al futuro, ganándose un lugar entre los que querían más que estribillos simples.
Por qué estas siete
La elección no se basa en quién vendió más discos o llenó más salas, sino en cómo cada banda aportó algo distinto al metal español de los 90. Mägo de Oz y Avalanch exploraron narrativas y estructuras que ampliaron el horizonte del género; Saratoga y Barón Rojo mostraron que el heavy metal podía ser un ancla sólida en tiempos turbulentos; Ktulu y Lujuria jugaron en los márgenes, uno con intensidad y otro con descaro; y Ankhara llegó para cerrar la década con un vistazo a lo que podría ser. Juntas, estas siete bandas trazaron un mapa que no solo definió una era, sino que dio al metal español una identidad que sigue resonando.