Cuando el metal irrumpió en la escena musical, no fue solo un género: fue una declaración. A finales de los años 60 y principios de los 70, mientras el rock todavía buscaba su rumbo entre la psicodelia y el blues, un puñado de músicos comenzó a torcer las cuerdas y a golpear los tambores con una furia que nadie había anticipado. No se trató de un accidente, sino de una respuesta a un mundo que pedía algo más visceral, algo que resonara en los huesos. Décadas después, el metal se ha ramificado en docenas de direcciones, desde el rugido primal del thrash hasta las texturas intrincadas del progresivo, y cada paso ha sido guiado por figuras que entendieron cómo canalizar esa energía cruda en algo perdurable.
Elegir solo diez nombres entre tantas mentes creativas no es tarea sencilla. El criterio aquí no se basa en ventas ni en titulares, sino en cómo estos músicos moldearon el sonido, abrieron caminos y dieron al metal sus cimientos y sus alas. Algunos definieron subgéneros enteros; otros tomaron lo que existía y lo llevaron a terrenos que nadie había pisado antes. Todos, sin excepción, dejaron al género en un lugar diferente al que encontraron. Esta lista no pretende cerrar debates, sino encenderlos: el metal, después de todo, vive de la discusión y la pasión.
Tony Iommi (Black Sabbath)
El metal no existiría como lo conocemos sin Tony Iommi. En Birmingham, mientras el mundo industrial zumbaba a su alrededor, este guitarrista encontró en un accidente laboral —que le costó las yemas de dos dedos— una chispa inesperada. Afinó su guitarra más abajo para aliviar la tensión y, con ello, dio al mundo un sonido grave y opresivo que nadie había explorado. Canciones como “Paranoid” o “Iron Man” no solo establecieron el tono del heavy metal: crearon su ADN. Iommi no buscaba complacer; buscaba reflejar algo más profundo, y eso lo convirtió en el arquitecto inicial.
James Hetfield (Metallica)
Si el metal necesitaba un empujón hacia adelante, James Hetfield lo dio con Metallica. En los 80, cuando el punk y el heavy metal empezaban a mirarse de reojo, él tomó lo mejor de ambos mundos y lo transformó en thrash. Su manera de atacar las cuerdas y de usar su voz como un arma —a veces un grito, a veces un rugido— dio forma a discos como Master of Puppets. Hetfield no solo escribió canciones; escribió himnos que llevaron al metal de los clubes a los estadios, demostrando que podía ser tan cerebral como visceral.
Lemmy Kilmister (Motörhead)
Lemmy no inventó el metal, pero lo aceleró hasta que las ruedas chirriaron. Con Motörhead, juntó la suciedad del punk y la potencia del rock pesado en un cóctel que no pedía permiso. Temas como “Ace of Spades” no solo sonaban rápido: se sentían como un tren fuera de control. Su bajo, tocado con la ferocidad de una guitarra, y su voz curtida por el whiskey abrieron la puerta al speed metal y al thrash. Lemmy era caos organizado, y el metal lo necesitaba.
Ronnie James Dio (Rainbow, Black Sabbath, Dio)
Pocos han sabido contar historias con la voz como Ronnie James Dio. Llegó a Black Sabbath tras Ozzy y lo llevó a un terreno más teatral con Heaven and Hell, luego perfeccionó esa visión en su carrera solista. Su manera de cantar —melódica pero con un filo cortante— y su obsesión por dragones y espadas dieron al metal una dimensión narrativa que antes no tenía. Más allá de la música, esos cuernos que levantó en el aire se convirtieron en el saludo universal del género.
Dave Mustaine (Megadeth, ex-Metallica)
Dave Mustaine tomó el thrash y lo torció hasta que crujió. Tras salir de Metallica, canalizó su rabia en Megadeth, donde sus riffs afilados y sus letras punzantes —piensen en “Peace Sells”— llevaron el género a un lugar más técnico y político. No se conformó con velocidad; buscó precisión y complejidad, haciendo del thrash algo que podía desafiar tanto al cuerpo como a la mente. Mustaine demostró que el metal podía ser un vehículo para algo más que ruido.
Chuck Schuldiner (Death)
El death metal tiene un nombre propio: Chuck Schuldiner. Con Death, tomó el thrash y lo hundió en aguas más oscuras y brutales. Discos como Scream Bloody Gore sentaron las bases, pero fue con Human donde mostró que el género podía ser técnico y emocional a la vez. Schuldiner no solo tocaba la guitarra y cantaba; componía con una visión que obligó al metal extremo a evolucionar. Sin él, el mapa del metal estaría incompleto.
Rob Halford (Judas Priest)
Cuando Judas Priest entró en escena, Rob Halford ya sabía cómo mandar. Su voz, capaz de pasar de un susurro a un alarido en segundos, definió discos como British Steel. Pero no fue solo su canto: Halford trajo el cuero, las tachas y una actitud que convirtió al heavy metal en un estilo de vida. Canciones como “Breaking the Law” no solo sonaban a rebelión; la encarnaban. Su presencia dio al género una identidad visual y sonora imposible de ignorar.
Bruce Dickinson (Iron Maiden)
Iron Maiden no sería lo que es sin Bruce Dickinson. Se unió a la banda en los 80 y, con su voz expansiva y su energía en el escenario, llevó temas como “The Number of the Beast” a otro nivel. Dickinson entendió que el metal podía ser épico, con historias que abarcaran siglos, y su manera de interpretarlas —como un narrador en medio de una batalla— lo hizo esencial. Maiden creció con él, y el metal ganó un contador de historias.
Ozzy Osbourne (Black Sabbath, solista)
Ozzy Osbourne fue la voz que presentó el metal al mundo. Como frontman de Black Sabbath, su tono inquietante y su entrega cruda en temas como “War Pigs” capturaron la oscuridad que el género necesitaba para nacer. Luego, en solitario, con discos como Blizzard of Ozz, mantuvo viva la llama del heavy metal, trabajando con guitarristas como Randy Rhoads para mantenerlo relevante. Ozzy no solo cantaba; vivía el espíritu del metal, y su longevidad lo convirtió en un símbolo.
Steve Harris (Iron Maiden)
El cerebro detrás de Iron Maiden es Steve Harris. Su bajo, con ese galope característico, y su pluma, que escribió sagas como “Rime of the Ancient Mariner”, dieron al metal una ambición narrativa única. Harris no solo tocaba: construía mundos en cada canción, desde batallas históricas hasta visiones oscuras. Su constancia y su visión hicieron de Maiden un pilar, y su enfoque mostró que el metal podía ser tan detallado como cualquier sinfonía.
Estos diez nombres no son el final de la historia, sino puntos de partida. Cada uno tomó algo —un riff, una idea, un grito— y lo transformó en una pieza clave del rompecabezas que es el metal hoy. Sus elecciones, riesgos y obsesiones construyeron un género que sigue vivo, mutando y desafiando. ¿Quién falta? Eso depende de qué rincón del metal llame más tu atención.