Iron Maiden lleva casi medio siglo construyendo un legado que trasciende el metal, y gran parte de su identidad visual recae en las portadas de sus discos. Desde los trazos oscuros y detallados de Derek Riggs hasta experimentos más modernos, el arte de la banda ha sido un espejo de su evolución sonora y cultural. Pero no todo lo que sale de los hornos creativos de Maiden brilla como acero forjado. Entre las diecisiete portadas de sus álbumes de estudio hasta 2025, hay una que se tambalea en el borde del desastre: Dance of Death (2003). Este diseño no solo divide a los fans, sino que se erige como un tropiezo estético en una discografía otherwise impecable.

El contexto de Dance of Death es clave para entender por qué su portada se siente como un puñetazo fuera de ritmo. Lanzado el 8 de septiembre de 2003, el álbum marcó el segundo trabajo con la formación de seis integrantes tras el regreso de Bruce Dickinson y Adrian Smith. Producido por Kevin Shirley en los SARM West Studios de Londres, el disco ofrecía un sonido robusto y ambicioso, con cortes como “Paschendale” que todavía resuenan en los setlists en vivo. Sin embargo, mientras la música empujaba los límites del heavy metal progresivo, la portada parecía atrapada en un limbo digital digno de un videojuego de bajo presupuesto de la época.
El diseño, firmado por David Patchett, presenta a Eddie como una figura esquelética presidiendo un baile macabro. Alrededor, figuras humanas con máscaras y túnicas danzan en un paisaje que parece sacado de una demo de animación 3D de finales de los 90. La idea no era mala: un concepto gótico que encajaba con el título y el tono del álbum. Pero la ejecución fue un desastre. Los detalles son borrosos, las texturas planas y los colores deslavados, como si alguien hubiera olvidado renderizar la versión final. Según declaraciones de Steve Harris en entrevistas de la época, recopiladas en el libro Iron Maiden: On Track de Chris Welch (2020), la banda aprobó una versión preliminar por error, y el resultado quedó grabado en vinilo y CD para la posteridad.
Comparada con las portadas de Riggs, como el Eddie cibernético de Somewhere in Time (1986) o el demoníaco de The Number of the Beast (1982), Dance of Death carece de la precisión artesanal que definió a Maiden. Incluso portadas menos queridas, como la de Virtual XI (1998) —con su Eddie digitalizado en un campo de fútbol virtual—, tienen una claridad conceptual que aquí brilla por su ausencia. En Dance of Death, el arte no complementa la música; la entorpece. Es como si el equipo creativo hubiera intentado subirse al tren del CGI sin entender cómo manejar los controles.
Los fans no tardaron en reaccionar. En foros como MaidenFans.com y reseñas contemporáneas en sitios especializados como Blabbermouth.net, la portada fue recibida con una mezcla de desconcierto y decepción. Algunos la defendieron como un experimento valiente, pero la mayoría coincidió en que no estaba a la altura del estándar visual de la banda. El contraste con Brave New World (2000), su antecesor, es brutal: mientras aquella portada de Derek Riggs y Steve Stone ofrecía un Eddie etéreo sobre un cielo futurista, Dance of Death parece un borrador que alguien olvidó pulir.
No es que Iron Maiden no haya jugado con ideas arriesgadas antes. The X Factor (1995) apostó por un Eddie más realista y visceral, cortesía de Hugh Syme, y aunque no fue un éxito universal entre los fans, al menos tenía coherencia y propósito. Dance of Death, en cambio, se siente como un accidente, un paso en falso en una carrera que rara vez pierde el equilibrio. No ayuda que el propio Patchett, según notas en la biografía Run to the Hills de Mick Wall (2004), haya admitido que el diseño final no era lo que tenía en mente, lo que apunta a una desconexión entre la visión artística y la ejecución práctica.
¿Es Dance of Death la peor portada de Maiden por consenso absoluto? No. Algunos señalarán Virtual XI por su falta de carisma o No Prayer for the Dying (1990) por su simplicidad anodina. Pero ninguna otra reúne tan bien los ingredientes de una tormenta perfecta: un concepto prometedor, una tecnología mal aprovechada y una banda que, por una vez, no vio el traspié venir. Es un recordatorio de que incluso los gigantes del metal pueden tropezar, aunque sea solo en la superficie. La próxima vez que pongas el disco a girar, hazlo con los ojos cerrados. La música merece más que su envoltorio.